-Espera un momento.
-¿Qué pasa?.
-Mira esto.
-¿El qué?, ¿qué quieres que mire?.
Steve se inclinó y cogió algo del suelo. Era un objeto pequeño, de color claro y con una forma parecida a la de un pequeño cuenco. Lo levantó en alto y lo observó atentamente a la luz de aquel soleado día, quitándole la tierra que lo cubría con suaves y pequeños toques. Después de observarlo durante unos segundos, se volvió hacia su acompañante.
-Isaac, esto es un hueso.
-¿Qué dices?, eso no es posible.
-Sí lo es. Es un hueso, un cráneo, para ser exactos. No está completo, evidentemente. Está deteriorado por el tiempo, pero es un cráneo. Y además fíjate en este lado, el humano al que pertenecía debió recibir un fuerte golpe en la cabeza, porque aquí está la señal, por lo cual deduzco que le mataron.
-Ya estás otra vez con tus historias. Los humanos reales no existieron, son una leyenda.
-Isaac, hablo completamente en serio, este hombre... o esta mujer, no estoy seguro... –dijo Steve observando minuciosamente el hueso- ... sufrió un fuerte traumatismo craneal que probablemente fue lo que le causó la muerte. Míralo, Isaac, míralo.
-Venga, déjalo. –fue la cortante respuesta de su compañero arrancándole el cráneo de un manotazo y tirándolo al suelo- Y vámonos, que se está haciendo tarde.
-¿Te has fijado dónde estamos, Isaac?, –preguntó Steve haciendo caso omiso del incipiente nerviosismo de su compañero-, este lugar es desolador, nunca habíamos llegado hasta aquí.
-¡Exacto!, –exclamó inopinadamente aquel-, tú lo has dicho; nos hemos alejado demasiado, si reclaman nuestra presencia, nos va a costar más de la cuenta regresar y si llegamos tarde, podemos tener problemas. Vámonos de una vez, Steve.
-Si, espera un minuto. Quiero mirar los alrededores.
-No espero nada, ¡vámonos!.
Pero Steve ya no le escucha, corre emocionado por aquel desolado paraje mirando hacia todas partes y finalmente deteniéndose a observar el suelo cubierto de tierra ennegrecida y salpicado de plantas marchitas que han hecho el intento de brotar, muriendo a continuación a causa del aire enrarecido y escaso en oxígeno. Levanta el rostro y mira fijamente a Isaac. Luego vuelve a escrutar los alrededores y finalmente, tras un análisis exhaustivo del lugar, se dirige de nuevo a su compañero y le habla con una voz que parece traslucir cierta emoción.
-¡Isaac, aquí abajo hay pruebas!, ¡pruebas de lo que yo siempre te he dicho!.
-¡Steve, déjalo ya!, ¿es que no escuchas?, ¡déjalo ya y vámonos!!!.
-¿Y si yo tenía razón, Isaac...? ... ¿y si bajo tierra hay restos de...?
-¡Calla de una vez!, ¿es que quieres que te quiten chips de la célula central? O peor aún: tú estás buscando que te desconecten.
-Tranquilo, -sonríe Steve de modo desenfadado-, eso no va a pasar.
-Si sigues así, lo harán. Y yo seré el siguiente, van a acabar pensando que comparto tus desvaríos.
Steve vuelve a caminar sin rumbo fijo por aquel paraje y sonríe. Sonríe no sólo gracias al chip de emociones que lleva implantado en su mente biónica, sino a algo que el también robótica cerebro de Isaac es incapaz de concebir. Steve es un modelo único; como todos los demás, muestra una imagen inequívocamente humana, aunque su interior esté compuesto de circuitos y articulaciones de titanio, pero su tejido exterior le hace aparentar ser una persona normal, un material muy similar a la piel humana que en realidad no lo es, puesto que si lo fuera, la radiación y el aire envenenado que ahora envuelve al planeta, le habría matado al instante. Steve ha tenido problemas; no es como el resto de sus compañeros, cuyas células cerebrales contienen chips que les permiten transmitir emociones hasta cierto punto, aunque en su caso hay algo excepcional, por alguna razón inexplicable y misteriosa, Steve es capaz de llevar más allá de lo implantado en sus directrices, sentimientos como la curiosidad, la efusividad, y un descaro irrefrenable que le impulsa a retar las órdenes de Goddess; la computadora central, el misterioso y centenario origen de su existencia y la omnipresente entidad biónica que maneja sus artificiales rutinas diarias sin dar opción a preguntas que podrían poner en peligro a la comunidad de autómatas. Steve ha desafiado los parámetros de Goddess y ante la incomprensión de Isaac, parece no escarmentar con lo aprendido y continúa adelante con su curiosidad impropia de un robot.
A continuación y provocando que su compañero resoplara de impaciencia si los sintéticos tuvieran la capacidad física de respirar, escarba con sus manos sobre el suelo, retirando la tierra con la energía de un perro que trata de desenterrar sus pertenencias. Finalmente alza el rostro de nuevo y sonríe con ese gesto tan humano que el cuadriculado Isaac nunca llega a comprender, y se arranca de un tirón el tejido artificial que recubre sus dedos metálicos, para poder seguir rebuscando más rápidamente con ellos.
Media hora después y ante las vanas protestas de Isaac y un par de veladas amenazas acerca de irse de allí él sólo y contarle a Goddess lo que está sucediendo, Steve ha formado un pequeño osario frente a él, hasta que se detiene inopinadamente; algo más sobresale del fondo de una zanja que ya ha adquirido una profundidad apreciable, un objeto muy pequeño, redondo, un círculo de metal que lanza breves destellos al sol una vez ha sido extraído por aquellos dedos mecánicos. Lo observa minuciosamente hasta que descubre una pequeña inscripción que rodea el aro por dentro; parte de ella se ha borrado con el tiempo, pero aún puede leerse un breve fragmento que reza: “Aove Forev...”
Steve sonríe satisfecho; probablemente más aún de lo que un ser humano real lo hubiera estado en su lugar. Aquello era la prueba de que existieron. Ya hace siglos que se extinguieron, pero estuvieron ahí. Tal vez sea el primer paso para descubrir qué es lo que le diferencia de sus compañeros de comunidad y lo que le hace asemejarse tanto a unos seres que vivían, pensaban y sentían.
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