Las puertas se abren y risas y gritos de satisfacción inundan el aire helado y dulzón. Los niños se agolpan frente a la entrada, aquellos minutos de espera se han hecho infinitos, eterna impaciencia en una mente infantil que nunca quiere aguardar para obtener lo que quiere. El joven vestido con calzas, casaca y un enorme gorro de terciopelo, sonríe con miedo ante aquella temible legión de human
os en miniatura; un guiño, un gesto, y la horda infantil entra arrasando en el hall. Espera, se detienen. Sólo unos segundos, pero se detienen. La fuerte ovación de emoción y sorpresa es un coro espontáneo que hubiera causado las risas de los progenitores de aquellos pequeños engendros, pero los padres no están, sólo los niños acceden a aquel lugar, a aquella atracción navideña que este año es la emocionante novedad, ¡el palacio de los Reyes Magos de Oriente!. Perfectamente recreado, tal y como aquellas mentes cargadas de imaginación pueden ver en sus sueños.
Altos techos, majestuosas cortinas rojas y doradas en unos ventanales cuya altura no alcanzan a ver, y una gran lámpara de cristal que ilumina una enorme sala de ensueño, ¡el salón de Sus Majestades de Oriente!, el lugar dónde viven, comen y respiran; ¡pero eso no es todo!, a lo largo de las próximas dos horas, y guiados por Christian, el paje que les recibió, aquellos veinte afortunados niños podrán ver los aposentos de los tres Reyes, el Almacén de Juguetes y la Sala de Empaquetado, dónde se envuelven los regalos, accederán hasta las Caballerizas Reales, en las cuales descansan los camellos, que hacen acopio de energía para mantenerse al pie del cañón en aquella noche mágica para los pequeños monstruos, y agotadora para ellos; después regresarán al salón dónde un fantástico ágape compuesto por pasteles, dulces y helados, cortesía de los tres Magos de Oriente, les estará esperando para finalizar la fantástica velada.
Y entre aquellos pequeños, como una más y al mismo tiempo tan distinta, camina Fanny alzando con gracia su pequeño y aristocrático mentón, cual dama de la alta sociedad de un metro de altura. Cabello rojizo y ojos azul violáceo enmarcados por un rostro perfecto. Sonríe también, pero no como el resto de niños; lo hace con una seguridad aplastante y un orgullo recalcitrante, como si aquella situación formara parte de su pan de cada día; pan que nunca le falta como nada de lo preciso o impreciso en su vida. Fanny no carece de nada, o más bien si, carece de lo más básico, de una atención adecuada y una educación básica, de esas que no cuestan dinero, sino tiempo, cariño, y dedicación. Y ahora mismo debería estar castigada, de hecho lo estaba. Tirar al suelo el plato de sopa, insultar a la cocinera, y romper cuatro platos de la cocina de casa en una rabieta, porque la buena señora no quiso dejarse dominar por aquella pequeña déspota, fue todo un acto contundente. No más de cinco minutos y el desastre estaba servido. Y a continuación, la historia de siempre, su madre llorando, rogando al papá de la pequeña cacique que la disculpara, que aún era muy niña, y finalmente su padre cediendo y levantando el castigo que muy firmemente imponía y que Fanny sabía bien que en menos de media hora habría quedado en el olvido.
Recordando con regocijo su último y pequeño gran triunfo, Fanny camina entre los otros 19 pequeños con el porte de quién sabe que su presencia eclipsa todo cuánto hay a su alrededor; evidentemente, los demás niños no están a su altura, pero bueno, la ocasión es única e irrepetible, y el poder ver a Sus Majestades en persona es algo que requiere sus sacrificios, así que envuelta en una suave nube de perfume dulzón y ataviada con su elegante abrigo blanco de firma, aquella pequeña reyezuela cree tener dominada la situación. No habla con ninguno de sus compañeros, hace unos minutos aquella otra niña de las trenzas rubias le sonrió amablemente y ella no sólo no le devolvió la sonrisa, sino que el helado y altanero gesto que le dirigió borró todo rastro amistoso en el rostro de la otra pequeña, que se puso pálida de la vergüenza y el desconcierto. Le estaba bien empleado, pensó Fanny, ¿quién era ella para tomarse confianzas con quién a todas luces no era de su clase?.
Cada gesto odioso, cada desplante cargado de orgullo que Fanny dirige a todo aquel que habitualmente rodea su augusta presencia, es para ella un paso más hacia el triunfo, un peldaño más en la escalera que la llevará a la torre más alta y la absoluta magnificencia, y todo eso lo ha visto en el ambiente diario que lejos de ser cálido y familiar, es frío y distante. Como aquel pasillo en el que ahora se encuentra y al que ha ido a parar sin saber bien cómo. ¿Qué ha ocurrido?, ¿qué hace ella allí?, ¡a César se le va a caer el pelo!, ¿o era Celso cómo se llamaba aquel paje estúpido que debía guiarles durante su estancia en el Palacio Real?; daba igual, sin ser capaz de recordar el nombre del amable y paciente joven y como siempre, echando la culpa a cualquiera de su alrededor, Fanny haría que le despidieran, su padre se encargaría de eso; una pequeña voz interior trató de gritar, de llamar su atención sugiriendo que tal vez fuera ella quién se separó del grupo, puede que ella, en un despiste o un inevitable arrebato de curiosidad, decidiera visitar el lugar por su cuenta y… ¡no!, ¡es mentira!, ella no era responsable de haberse perdido; en realidad Fanny nunca se hacía cargo de nada, ni siquiera de las pequeñas obligaciones que a sus diez años de edad ya debía empezar a asumir. A Carlos –o como se llamara aquel tonto- le iba a caer una buena. ¿Pero qué podía hacer ahora?; debía encontrar el camino de regreso y volver con el grupo, su miedo de nuevo se disfrazó de falso orgullo diciéndose a sí misma que era lo más lógico, cuando en realidad le asustaba la idea de caminar sola por aquel lugar que sin compañía no resultaba tan acogedor. Al fondo del corredor vio una puerta y se encaminó hacia ella, era la única posible salida, podía retroceder, pero evidentemente eso le llevaría al punto de partida y no sólo allí no encontraría al grupo, sino que se perdería el resto de la visita a la atracción, y no estaba dispuesta a ello. Abrió resueltamente aquella puerta y la atravesó cerrándola tras de sí. Aquella sala parecía estar a oscuras, buscó a tientas en la pared un interruptor que no encontró por ninguna parte mientras una vez más, su miedo mal camuflado, volvía a hacer aparición en escena. Finalmente y cuando estaba al borde de la histeria, sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad y se dic cuenta de que sí se podía distinguir algo, gracias a una tenue claridad que entraba por un pequeño tragaluz que había en el techo. Aquella habitación era muy extraña, resultaba fría, estremecedora, y se respiraba una atmósfera triste, no sabía por qué, pero le entraron ganas de llorar; distinguió unos objetos que colgaban del techo, y unas estanterías a lo largo de las paredes que también parecían llenas; finalmente se percató de qué eran aquellas cosas, ¡todo estaba lleno de juguetes!, en las paredes, suspendidos en el aire, en los estantes, en todas partes; y hubiera sido el sueño de cualquier niño si no fuera porque aquellos pequeños tesoros estaban en unas condiciones bastante lamentables y los que ofrecían mejor aspecto, eran ya viejos. Una ráfaga de aire helado cruzó la habitación. Fanny sintió una tristeza y un enorme pesar y eso la hizo enfadarse mucho, ¡el sentimentalismo era patrimonio de los débiles!; a su corta edad, pocas veces se enternecía por algo y…
¿Qué era ese ruido?; se quedó paralizada sin poder moverse, olvidándose momentáneamente de su enojo, y volvió a escuchar ese crujido, ese ruido mecánico como el de la cuerda de un juguete girando, y efectivamente, cuando dirigió su vista hacia la derecha, casi se muere del susto; aquella muñeca había girado la cabeza y la miraba fijamente. Su pálido y bonito rostro de porcelana resultaba estremecedor a la escasa luz de la estancia y unos bucles negros y brillantes enmarcaban un gesto que parecía humano.
-¿Qué ocurre aquí?, ¿qué lugar es éste??. –gimió Fanny ya sin poder disimular su terror.
-Aquí yacemos los olvidados.- dijo aquella voz suave y siniestra.
-¡¿Quién ha dicho eso?, ¿quién está ahí?!.
-Estoy yo. Estamos todos. Aunque no creo que ya nadie nos recuerde, ni siquiera tú, y eso que algunos de aquí te conocen, o creen conocerte.
-Esto no puede ser real, las muñecas no hablan. –dijo Fanny ya al borde de la histeria.
-Hablamos, escuchamos, y sentimos. Todos los juguetes sienten y aman. Aquí están los que en su momento fueron correspondidos y ahora sufren el olvido de niños como tú, todos los que a merced de sus caprichos llegaron a lo más alto para luego caer en picado y ser sustituidos por otros que también acabarán corriendo la misma suerte. Yo fui una de ellas.
-¡Pero yo no te he visto en mi vida!, yo no tengo…
-Si, tú no tienes la culpa. Nunca la tienes. Jamás los niños que son de tu clase, esa de la que tanto alardeas, asumen la responsabilidad y las consecuencias de sus actos, y eso nos ha llevado a mi y a los míos a éste lugar de tristeza y muerte. Por culpa de niños como tú.
-¡Yo no he hecho nada!. –grita Fanny entre el horror y la indignación. Y no sabe si a causa de su imaginación, o por la vergüenza que le ocasiona su propia conciencia, bajo la fría mirada de aquella muñeca y como si todos siguieran sus órdenes, el resto de juguetes comienzan a moverse también. En aquella estantería un oso de peluche gira la cabeza mirando inquisitivamente a Fanny con ojos vidriosos y siniestros; algo choca contra sus finos zapatos de charol y al mirar al suelo sobresaltada observa a un grupo de soldaditos de plomo que parecen querer clamar su atención golpeando suavemente sus pies con nerviosismo; cantarinas y sobrecogedoras risas provienen de otras docenas de muñecas que la rodean y observan juzgándola con fría mirada desde estantes, vitrinas y soportes, muñecas de aspecto lastimero a cuál más maltratada y en cuyo rostro ya no se adivina el esplendor de tiempos pasados, al tiempo que un payaso de trapo, de ajada peluca anaranjada y sonrisa torcida la señala con dedo acusador; Fanny grita, grita de horror y retrocede trastabillando y tropezando con un viejo tren eléctrico que traquetea penosamente por el suelo, dificultándole la huída.
Trata de alcanzar el picaporte de la puerta cuando nota una mano fría y dura que se posa sobre su hombro, teme darse la vuelta pero no lo puede evitar, tiran de ella con violenta firmeza y al volverse se encuentra con unos ojos grisáceos y carentes de vida que reflejan el más temible de los odios. Y por increíble que resulte, puede ver cómo de esos labios lacados en rojo sale una voz cuyo tono espectral la perseguirá durante mucho tiempo.
-Malcriada. Consentida. Déspota. ¡Egoísta!. No eres merecedora de todo lo que posees, ni mucho menos de lo que tuviste en tu poder y no supiste conservar, has hecho daño a muchos de nosotros, y harás daño a muchos más, porque sólo sabes pensar en ti misma, nada para ti es más importante que tu propio bienestar y alimentar tu ego y tu codicia malsana con tus caprichos… pero te tenemos vigilada. Yo te tengo vigilada. Da igual que huyas, que corras y te escondas. ¡No… olvides… que TE VIGILO!!!!.
Y Fanny logra al final localizar la puerta y abrirla desesperadamente no sin antes mirar atrás para encontrarse con una fugaz y sobrecogedora visión, y es que todos los juguetes, los olvidados, la miran amenazadoramente, encabezados por aquella maldita muñeca que se arrastra repugnantemente hacia ella, extendiendo sus frías y largas manos para alcanzarla. Fanny logra vencer la parálisis que bloquea sus sentidos y echa a correr por el pasillo, tratando de regresar al punto de partida, allí a dónde no quería ir pero que ahora le parece el sitio más seguro, y al mirar de nuevo atrás ve a aquella muñeca infernal cuyo gesto parece haberse endurecido aún más, siguiéndola, flotando a sus espaldas y riendo a carcajadas: ¡TE VIGILO!.
Con un sobresalto, Fanny despierta en su cama cálida y confortable, envuelta en su edredón rosado y con el camisón empapado de un sudor frío y pegado al cuerpo… ¡qué horrible pesadilla!, mira a su alrededor con desconfianza y la oscuridad que la envuelve no resulta nada tranquilizadora, trata de recuperar el ritmo normal de su respiración y de superar la angustia que esos breves segundos tras el despertar no te permiten aún distinguir si lo vivido fue un sueño o fue real. Salta del colchón y baja las escaleras hasta el salón, no hay nadie en casa, salvo el servicio; su padre está trabajando, como siempre, y su madre a saber dónde, seguramente haciendo alguna visita de sociedad. Camina descalza por las frías baldosas del suelo del pasillo y se dirige a la cocina a por algo para desayunar, según ha visto en el reloj de la pared, son las siete y media de la mañana, ¡del 6 de enero!, ¡hoy es día de Reyes…!... siempre había recibido esa fecha con gran entusiasmo, pero sólo durante un rato, una vez abiertos los regalos y superada la sorpresa, la cosa ya no tenía demasiada emoción, tantos eran los caprichos que le concedían, que algunos más tampoco eran gran cosa. Se dio cuenta de que al levantarse a oscuras, y aún atemorizada por su pesadilla, no había reparado en los regalos que sin duda había en el suelo, al pie de su cama. Con una extraña sensación en el cuerpo, subió a todo correr a su habitación y entró no sin antes encender la luz, ¡allí estaban!; se aproximó hasta los paquetes y los observó con miedo, eran tres, tres cajas envueltas en papel de regalo de colores vistosos cuyo contenido desconocía y que finalmente desenvolvió con una precaución cercana al horror, sin poder olvidar lo sucedido en aquel maldito sueño que persistía en su memoria. Un reloj –de aspecto bastante caro-, una PSP y un vestido muy bonito; no estaba mal, pensó respirando de alivio, y decidió ponerse sus nuevas galas y bajar al salón, a esperar a sus padres, o a lo que fuera que la entretuviera cuando, como siempre, se cansara de la novedad y se volviera a poner insoportable, como siempre. El vestido llevaba una etiqueta con el logo de la tienda a la que pertenecía y decidió buscar unas tijeras con las que cortarla. Sabía que en el cajón de la cómoda de la salita había unas, así que fue corriendo hasta allí y entró sin ni siquiera encender la luz para cogerlas.
Lo primero que oyó su madre cuando entró por la puerta, fueron sus gritos; la pobre mujer casi se mata subiendo las escaleras a toda velocidad, alarmada por aquel escándalo; Fanny forcejeaba en completo estado de shock, mientras el empleado del jardín y el mayordomo trataban de tranquilizarla y reducirla, convencidos de que era una de sus monumentales rabietas. Agustina, la asistenta, intentaba que bebiera agua de un vaso cuyo contenido estaba yendo a parar más a las paredes y el suelo, que a los labios de Fanny.
-¡¿Qué ocurre aquí?!. –grito la madre de la niña sorprendida ante aquella confusión.
-¡No lo sé, señora!, -respondió Agustina azorada-, por lo visto su hija entró a la sala de estar y no sé qué ha provocado que se pusiera así, hemos llamado al médico, porque lleva 20 minutos completamente histérica, gritando que la vigilan, no logramos calmarla.
Finalmente llegó el doctor y tuvieron que sedar a Fanny, una vez dormida y tras un examen médico superficial en el que no se detectaron causas físicas aparentes que hubieran causado aquel ataque de pánico, la niña se durmió y entonces su madre pidió a la criada que le acompañara a la sala de estar con la intención de deducir qué había asustado a su peculiar vástago. Todo estaba como siempre, nada fuera de su orden, una limpieza y pulcritud envidiable, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.
-Oh, Agustina, la has encontrado. –observó gratamente sorprendida la madre de Fanny al posar sus ojos sobre la butaca de terciopelo.
-Si señora, -sonrió a su vez Agustina-, me pasé horas revolviendo en la buhardilla, hay qué ver la de cosas que hay allí guardadas, algunas muy viejas, así que si usted lo permite, uno de estos días haremos limpieza general, a ver qué quiere conservar y qué quiere que tiremos.
-Muy bien, Agustina, hablaremos del tema la semana que viene; pero de verdad, gracias por encontrar esa muñeca de porcelana, era de mi madre y le tengo mucho cariño… creo que la voy a poner en la habitación de Fanny, le encantará encontrársela cuando despierte.
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