lunes, 5 de marzo de 2012

LOS RELATOS DE SARA: "ENCERRADA CONTIGO"

Lo que ahora pasará, sólo Dios lo sabe.

Es lo que siempre dice sor Consolación, esa es la sentencia que siempre sale de sus labios cuando alguna de las hermanas de la congregación empieza a dudar; ¿a dudar de qué?, de cualquier cosa, por cualquier motivo, Eva piensa que es una frase muy conveniente, porque es muy socorrido aferrarse al de arriba cuando una no sabe por dónde salir. Mejor que no la oigan, que no la oigan a ella, no a la hermana Consolación; si la reverenda se entera de lo que piensa, la manda azotar.

Lo que ahora pasará, sólo Dios lo sabe.

Encerrada contigo. Con el loco más peligroso de aquel inmundo lugar del que más de una vez pensó en escapar, del que no puede irse sin faltar a sus votos, del cuál su propia conciencia, su fe y su ¿vocación?, terminan por impedir que se marche; encerrada con alguien cuya mente desquiciada le ha evitado ir a parar a otro lugar que no sea ese hospital lleno de enfermos y trastornados. Y a saber cuántas horas van a tardar en percatarse de que ella no está dónde debe estar; puede pedir ayuda, puede gritar hasta quedarse afónica, y nadie la oirá, porque aquellos lóbregos sótanos en los cuales los enfermos más peligrosos son recluidos, están demasiado lejos de las celdas en las que las hermanas se recogen en silencio cuando empieza a oscurecer. Probablemente la matará. Seguramente la viole, la torture y termine con su pobre y mísera existencia antes de que la encuentren. Mucho antes.

Resbaló. Ahora se acuerda. Resbaló con el agua derramada por aquella bestia. Aquel animal de apariencia humana siempre lanza contra la pared la taza de latón que le llevan para beber; y ella tenía tantas prisas por irse de allí, por huir del ambiente enrarecido y obsceno de aquel lugar, que pisó aquel charco que humedecía las baldosas, cayendo al suelo y perdiendo el sentido al golpearse la nuca. Despertó horas después, no sabía cuánto tiempo había pasado, pero era media tarde cuando fue a llevarle la comida a aquel sujeto y ya debía haber anochecido, no podía saberlo porque aquel ¿calabozo? no tenía ventanas, nada le comunicaba con el exterior, pero después de un tiempo de clausura en aquel lugar, casi no tenía ni que mirar al cielo –en las contadas ocasiones en que disfrutaba de la luz del sol- para saber la hora del día en la que se encontraba, su percepción del tiempo se había afinado hasta lo indecible, y era casi seguro que la noche había avanzado considerablemente, de modo que debieron pensar que regresó a su celdilla y que estaba durmiendo plácidamente, en lugar de encontrarse sentada en la oscuridad de aquel sótano, encogida tratando de pasar inadvertida, pero con la certeza de que aquel loco la observaba desde el camastro en el que estaba atado... le oía gruñir, le escuchaba morder con rabia algo que Eva adivinó pronto de qué se trataba. Era la cuerda. La soga con la que estaba amarrado al cabecero y que le permitía levantarse para alcanzar el plato de la comida, pero que no le dejaba avanzar mucho más. Antes tenía una cadena, pero se había oxidado hasta tal punto que los eslabones empezaban a abrirse y romperse y la habían retirado de allí, colocando provisionalmente una cuerda gruesa en su lugar hasta que una nueva cadena fuera instalada. Para eso había que tener valor. Eva recordaba el día en que Matías, el hombre que retiró los eslabones viejos, había atado a aquel animal con la soga; le costó mucho conseguirlo, -con la ayuda de otros cuatro trabajadores del pueblo- y a cambio de recibir arañazos, mordiscos y todo tipo de agresiones del psicópata al que de buena gana hubiera matado a golpes a continuación, deseo que no pudo cumplir a causa de la presencia de sor Consolación, que se encontraba allí mismo haciendo gala de su hipocresía misericordiosa.


Y aquí estoy yo ahora, encerrada contigo; recurriendo a las oraciones que hace tiempo ni siquiera murmuro, tratando de despertar una fe que creía dormida en mi mente y que podría estar muerta, pero que es socorrida cuándo precisas ayuda divina; lo que ahora pasará, sólo Dios lo sabe. Sólo Dios lo sabe y es más que evidente; porque cuando esos dientes podridos destrocen la cuerda que los mantiene ocupados, ya no habrá nada que pueda impedir lo que ha de ocurrir. Y la oscuridad que te envuelve no va a ser suficiente para protegerte.

Dejas de escuchar, no es que ya no puedes oír, es que ya no suenan esos gruñidos estremecedores que la bestia emite mientras roe la cuerda... eso sólo puede significar una cosa, y es que las ataduras se han roto por fin. Y como respuesta a sus pensamientos siente que algo se arrastra hasta ella, algo hediondo, dañino y maligno que empieza emergiendo de la negrura en forma de garra deforme y cruel, unos dedos huesudos coronados por uñas afiladas y ponzoñosas que rodean con dura firmeza su fino tobillo. Y luego el tirón, el firme y violento tirón que seguido de un lúgubre y estremecedor gemido la saca del húmedo rincón en el que hasta ahora permanecía acurrucada, viéndose arrastrada hasta la oscuridad que la envuelve mientras otra zarpa crispada e inhumana se desliza entre sus piernas provocando su horror, una mano helada que lejos de ansiar lo que un hombre normal anhela cálidamente de una joven mujer, busca dañar lo que sólo una mente enferma y un retorcido instinto pueden concebir.

Y ahora Eva desea con todas sus fuerzas que la puerta se abra y aparezca la odiosa sor Consolación, el viejo Matías y hasta el mismo diablo si es necesario. Pero no será así, y aquí es dónde estoy aunque nadie lo sepa, encerrada contigo, y lo que ahora pasará, sólo Dios lo sabe.


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