Cuando pararon de correr, estaban exhaustos; les costaba respirar y parecía faltarles el aire.
Sabían que no podían entretenerse mucho tiempo, pero realmente necesitaban descansar unos segundos.
Bosco y Ricardo eran más rápidos, Laura, Diana y Claudia trataban de seguirles el ritmo; Ricardo tiraba de la mano de ésta última con todas sus fuerzas, no estaba dispuesto a dejar atrás a su novia y Laura y Diana intentaban no rezagarse.
El aburrimiento y la curiosidad les habían salido caros. Cine, bocata y paseo en coche; querían comprar cerveza e ir a beberla a un lugar tranquilo; “así, si nos cogemos una curda no molestamos a nadie”, había dicho Bosco con su habitual sarcasmo. Eran ya las doce de la medianoche cuando sobre el tronco de un árbol caído, bebiendo y fumando un cigarro tras otro, Ricardo propuso contar historias de terror, escalofriantes cuentos de los que asustan en la oscuridad, sentados alrededor de una hoguera.
Hicieron un fuego para entrar en ambiente y al cabo de un rato un tenso silencio era roto por las narraciones que uno tras otro iban describiendo mientras la noche seguía avanzando. Claudia abrazada a Ricardo se tapaba los ojos como lo hacía en el cine, y ella y Diana gritaban cada vez que el punto fuerte de lo relatado llegaba al extremo de un buen sobresalto. Los chicos reían a cada momento y ninguno de ellos perdía ocasión de asustarlas de nuevo. Y entonces Bosco encendió la mecha, si hubiera callado... pero no calló.
Ahí empezó todo.
-¿Sabéis que aquí cerca hay un bosque encantado? –preguntó.
Se hace un silencio aún más pesado que el que ya reinaba. Sus cuatro amigos le miran con gesto extrañado y etílico; es esa cara entre ida y risueña que suelen tener los borrachos; si a eso le añades la gran confusión de haber escuchado una frase fuera de contexto... o tal vez no tanto, la noche es de eso, ¿no?, de historias de terror. De falsas anécdotas que todos escuchan bajo el manto seguro de que no son ciertas. Y todo podría terminar ahí, podría tener conclusión con unas carcajadas y otro cuento incierto de etéreos fantasmas. Pero no. No acaba ahí. Las personas no somos así, siempre deseamos más, y el riesgo a veces parece ridículo cuando no lo sufres en tu propia piel.
Los chicos preguntan muy interesados y Bosco se alegra de ser otra vez el centro de atención; y en tono siniestro relata la historia de aquella pequeña perdida en el bosque; anduvo por horas vagando asustada buscando a su madre, se escapó de un picnic para coger flores y ya no la hallaron, batieron la zona durante unos días, sin éxito alguno, y ya finalmente apareció muerta.
Hubo mucha gente que pasado el tiempo entraba en el bosque, allí había setas, sobre todo níscalos, y los aldeanos solían usarlos para cocinar. Algunos juraban que la habían visto, volvían al pueblo pálidos del susto, temblando de miedo y sin poder hablar, no articulaban ni una sola sílaba y cuando lo hacían todos coincidían... era aquella niña, la que se perdió, toda amoratada, el lacio cabello cubriéndole el rostro y su vestidito de flores azules estaba empapado, chorreaba agua y alzando una mano decía en susurros: “No saldréis del bosque...”
Diana resbala y se da de bruces con una raíz, los otros se ríen con tono gangoso, el efecto etílico puede durar mucho, y te desinhibes, pierdes los temores, la noción del tiempo, y cuando lo piensas son más de las tres. Con mucho cuidado, se agarra del árbol y se pone en pié, Diana se ríe como lo hacen todos, pero al levantarse su gesto risueño se tiñe de horror. Un grito de espanto y las carcajadas no vuelven a oírse; Diana señala con gesto asustado detrás de la roca que hay junto a la charca, y cuando se giran ven a aquella niña de aspecto siniestro pese a ser tan joven, sus ojos oscuros parecen no ver, pero ella les mira y levantando el dedo sentencia en susurros: “¡No saldréis del bosque!”.
Y ese es el momento. Ese es el instante en que empieza la historia; echan a correr con todas sus fuerzas, sálvese quién pueda, aquí no hay amigos, tan sólo unos novios que en sólo seis meses de su relación aún sienten algo lo bastante fuerte como para huir juntos de la mano. Pero da lo mismo, a dónde ellos vayan se topan con ella, con la aparición, que alarga sus manos y gime de nuevo: “¡No saldréis del bosque!”.
Paran y respiran, ya no pueden más, y la horrible niña parece no estar, sólo unos minutos de tranquilidad, y se irán de allí para no volver; Diana está pálida, y Claudia llorando, Ricardo la abraza e intenta dar fuego a Bosco y a Laura, que quieren fumar, le tiemblan las manos y quiere calmarse, porque en un descuido pueden pegar fuego al horrible bosque en el que se encuentran, ganas no le faltan. Cuando ya se calman, cuando ya han pensado que todo es mentira, un horrible sueño, una pesadilla, la niña aparece de quién sabe dónde y siempre diciendo: “¡No saldréis del bosque!”. Gritos, miedo y llantos, la creciente histeria va tomando forma en mentes y almas, no saldrán de allí, ya no hay esperanza...
Diana decide acabar con todo y coge una rama que encuentra en el suelo, un tronco muy grueso que levanta en alto, sin pensarlo más y ante la mirada de sus cuatro amigos va hacia la niñita de aspecto siniestro y rostro fantasmal, y la emprende a golpes con la aparición, que empieza gritar, trata de zafarse del brutal ataque, pero no lo logra, Diana golpea sin piedad ni pausa y al final parece vencer al espíritu, un ente maligno que acecha en el bosque y que nunca más hará daño a nadie.
Por fin amanece y la luz que gira en tonos azules alumbra un paisaje de desolación; Diana se encuentra sentada en el suelo y se abraza a sí misma meciendo su cuerpo, que lleno de sangre provoca el rechazo de aquellos dos hombres, que aunque no les guste, deben afrontar otra situación propia de su oficio.
-¿Quién es esta chica, inspector Cepeda? –pregunta un agente que va de uniforme.
-Se llama Diana. Diana Rosales. Y daría un brazo porque fuera otra... es que la conozco, conozco a sus padres, son buenas personas, y cuando les diga lo que ha sucedido será un duro golpe.
-Vaya una masacre, ¿quién es esta gente?.
-Estos cuatro chicos, lo que queda de ellos, eran sus amigos, estaban bebiendo y se habían dormido.
-Pero no lo entiendo, ¿qué es lo que ha pasado?.
-Pues lo que ha pasado –suspira Cepeda- es que esta muchacha estaba ingresada, en un hospital de enfermos mentales; hace siete años su hermana pequeña se ahogó en el lago, estaban de picnic y ella la cuidaba, pero se distrajo y la perdió de vista; y aunque la buscamos durante semanas, hasta que su cuerpo no salió flotando en las sucias aguas de la charca grande, no supimos de ella. Sus padres creyeron morir de dolor y aunque la muchacha se sintió culpable, siempre le dijeron que eso no era así, fue la mala suerte, un fatal destino, pero esto fue en vano, Diana cayó en una depresión; quería ir al bosque a buscar a su hermana, decía que ella aún seguía allí, que tendría frío y que estaría sola y no hubo manera de hacerle entender. Finalmente hubo que llevarla a un médico y pasó dos años en un manicomio, al final salió, y aparentemente se encontraba sana y recuperada, no hablaba del tema pero luego supe que las pesadillas no la abandonaban, encima la gente que vive en el pueblo inició leyendas en las que la niña vagaba en el bosque; Diana veía a su hermana de noche, según me contaron llorando sus padres, se le aparecía y la amenazaba, así que fue a casa de unos tíos suyos, muy lejos de aquí, durante unos meses y cuando la cosa pareció calmarse, regresó de nuevo; todo le iba bien, empezó a estudiar, y tenía amigos; por lo que yo veo esta noche estaban aquí de acampada... algo que no sé, no acierto a entender, hizo que otra vez recordara todo y entonces el trauma afloró de nuevo. Y si enloqueció, sintió la amenaza de sus pesadillas, y su subconsciente herido y enfermo hizo reacción, desencadenando en una tragedia.
Y ahora hay que esperar, vendrá una ambulancia y se la llevará, pero mientras tanto ella sigue igual, sentada en el suelo, se abraza y sonríe y se balancea de un lado hacia otro mientras su susurro escalofriante repite en la noche: “¡No saldréis del bosque!”.
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