Y allí estaba Euridice, subiendo una de esas laderas verticales montada en uno de aquellos gigantescos depredadores; los slowest eran letales, pero también poseían dos cualidades extraordinarias y muy explotadas por los habitantes de Solania, la aldea del Norte. Bajo sus enormes patas, de superficie plana, tenían unas fuertes membranas que se adherían como ventosas a las pendientes montañosas del planeta; daba igual lo altas que fueran, subían por ellas como si la gravedad no les afectara y con una seguridad impresionante, incluso las laderas verticales parecían no ser un reto para los titánicos slowest. Por otra parte, un slowest sólo arremetía contra los solanios, -o contra cualquiera de los otros tres pueblos restantes, Sur, Este y Oeste- si les tenían delante y les miraban de frente. Los aldeanos usaban a los slowest como medio de transporte para que los mineros y los obreros de las canteras pudieran llegar hasta parajes inhóspitos y transportar los materiales a grandes distancias a través de las cuales los escarpados terrenos suponían impedimentos. No era fácil dar caza a los slowest, pero cuando lo lograban, los mantenían en cautividad para poder disponer de ellos; en más de una ocasión hubo bajas durante las cazas, pero era un riesgo que debían asumir. Cuando cabalgaban, los solanios les colocaban un curioso arnés del que salían unas piezas de cuero que bloqueaban la visión periférica del animal, de ese modo podían subir sobre él, bajar, e incluso rodearle para atar correas o desmontar cargas sin que las bestias les vieran, todo consistía en no ponerse frente a ellos. Aquel dantesco sistema de transporte viviente era de una utilidad extraordinaria y los habitantes del planeta Hillside que trabajaban en las minas, estaban aleccionados y preparados ya no para guiar a sus slowest, esto no era tarea difícil, sino para defenderse e incluso acabar con la vida de sus propios “vehículos” en caso de que ocurriera algo inesperado; hasta entonces, nada había sucedido que requiriera medidas extremas. Hasta entonces.
Eurídice respiró aliviada cuando vio que apenas quedaban tres metros escasos para llegar a lo alto del precipicio, que era extremadamente elevado, y el estar llegando por fin arriba era algo que se le había hecho muy largo. Casi no tuvo tiempo de reaccionar, porque en cuanto el slowest posó sus cuatro patas en superficie horizontal, percibió un fuerte aleteo que sobrevoló sobre su cabeza y que le causó un inesperado sobresalto; se agarró como pudo de las riendas, que al relajarse casi había soltado, y miró hacia arriba, para comprobar como un gigantesco eaglenake se abalanzaba en picado sobre ella y su montura. Los eaglenake era una raza en vías de extinción; unas gigantescas serpientes cuyas enormes alas les permitían volar a gran velocidad y que poseían un pico fuerte y afilado con el que despedazaban a sus presas para devorarlas; este tipo de depredadores ya casi no se veían en ninguna parte del planeta, pero siempre se corría el riesgo de dar con alguno, y Eurídice estaba ahora mismo afrontando uno de esos riesgos; afortunadamente reaccionaba rápido y sin pararse a pensarlo dos veces, saltó de su slowest con gran agilidad justo un segundo antes de que el eaglenake abriera sus fauces sobre el animal, para cerrarlas inmediatamente sobre su lomo, el slowest no sufrió heridas de consideración por el grosor de la silla de montar y el cargamento de carbón, que acabó por soltarse del soporte y provocando que el suelo de arena rojiza quedara salpicado de rocas gris oscuro. Durante un instante, y mientras trataba de sopesar dónde esconderse, Eurídice maldijo el tiempo que habían empleado apilando la carga sobre su montura y asegurándola para que no cayera, pero reaccionó de nuevo al ver cómo el eaglenake se posaba sobre el suelo y se encaraba con su slowest; enemigos naturales, ambos titanes se enfrentaron a una lucha a vida o muerte, uno con la intención de alimentarse, -Eurídice se escabulló tras un alto matorral intuyendo que ella podía ser el postre- y el otro por instinto de supervivencia.
Un salvaje concierto de estremecedores rugidos y alaridos concatenados dieron aún más efecto a una sangrienta refriega entre ambos animales, que se atacaron con saña mientras Eurídice les observaba sin aliento desde su escondite improvisado, y entonces su mirada se posó sobre algo que había en el suelo, a medio camino entre ella y las dos fieras que luchaban entre sí... ¡era su transmisor!; se le había caído del cinturón, probablemente al bajar precipitadamente de su montura. No podía permitirse el dejarlo allí; si necesitaba pedir auxilio, -y las circunstancias dictaban que lo necesitaría-, tendría que hacer uso del transmisor, así que observó fijamente al slowest y al eaglenake y sopesó que estaban lo suficientemente enfrascados en su propia lucha como para prestarle la debida atención, así que echándose atrás su enmarañada cabellera verde para que no le bloqueara la visión, echó a correr hacia el walkie que descansaba sobre el suelo y que cuando estaba a punto de alcanzar, salió despedido por los aires a causa de un coletazo del eaglenake, que se revolvía tratando de zafarse de las fauces de su oponente.
Eurídice observó con aflicción como el transmisor se estrellaba contra una roca y se rompía en mil pedazos, ¿qué iba a hacer ahora? Por lo pronto, tratar de levantarse, porque su abatimiento al ver que se quedaba sin medio de comunicación le hizo bajar la guardia y despistarse, y no vio volver de nuevo la cola del eaglenake, que dio otro de sus impresionantes bandazos y tiró al suelo a la joven, quién se llevó un susto de muerte. Se giró inmediatamente esperando ver a aquel gigantesco depredador dispuesto a devorarla, pero la serpiente seguía entregada a un ataque mortal con el slowest, que trataba de pisar con sus enormes patas al fiero reptil alado, logrando finalmente aplastar parte de su cuerpo; el eaglenake dejó escapar un agudo chillido y cayó al suelo muy cerca de Eurídice; al verla abrió mucho sus fauces tratando de atraparla entre ellas, tal vez decidiendo que si no conseguía comerse a la presa inicialmente elegida, podía consolarse con un pequeño entrante que al menos calmara su hambre voraz en la medida de lo posible, pero Eurídice volvió a hacer gala de sus rápidos reflejos y saltó hacia atrás para evitar se engullida por la bestia. El eaglenake graznó de nuevo en un tono ensordecedoramente agudo y trató de estirarse sobre su propio cuerpo y alcanzar a la asustada joven, pero el slowest remató su trabajo pisando al reptil una vez más con sus patas delanteras y clavando sobre él unos enormes molares que abrieron una profunda brecha sobre el lomo del ofidio; un fuerte chorro de sangre salpicó a Eurídice en el rostro.
La joven solania se levantó trastabillando y retrocedió rápidamente al ver que ambas bestias se negaban a quedar como vencidas y reanudaban la encarnizada lucha atacándose y rodando por el suelo, girando sobre sí mismas e hiriéndose a muerte mientras Eurídice trataba de apartarse del alcance de la pelea; finalmente y tras varios intentos infructuosos del eaglenake por vencer al slowest, el primero acabó precipitándose por el desfiladero, sin fuerzas ya para remontar el vuelo y estrellándose docenas de metros más abajo, mientras que el segundo sucumbía desplomándose en el suelo tras el esfuerzo realizado. Eurídice corrió hacia el precipicio y se asomó a tiempo de ver como el eaglenake terminaba sus días en el fondo de la barrancada; era una pena, ahora que su slowest se encontraba herido, -quien sabe si moribundo-, sabía que tendría que pasar la noche allí para permitirle descansar y reponerse, y la carne del eaglenake, por muy peligroso y fiero que resultara, sería probablemente comestible. Tendría que arreglárselas para buscar víveres, así que se volvió dispuesta a improvisar un campamento con los escasos medios que la naturaleza le brindara y exprimiendo al máximo su imaginación e ingenio, y se encontró con una sorpresa inesperada, y es que frente a ella, malherido pero tratando de ponerse en pié, vio a su slowest sin el arnés que limitaba su visión, -que debió arrancarle el eagle durante la pelea- y observándola fijamente. Muy fijamente. Mientras trataba de incorporarse pesadamente, el monstruoso animal que la había llevado hasta allí empezó a emitir un conocido y creciente rugido de ataque.
Y ante aquella situación, Eurídice extrajo de su cinto con rápida seguridad un afilado machete cuya hoja brilló ante la mirada del slowest. Joder, ahora también tendría que volver caminando hasta Solania.
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