El último salto acaba sobre la tierra seca y la hojarasca; sus cuatro patas aterrizan al mismo tiempo con habilidad sincrónica e inconsciente y el instinto de supervivencia de la bestia.
Entonces empieza el dolor. Un rugido salvaje y escalofriante surge ardiendo de su garganta, a causa del fuego insoportable que quema sus entrañas. Sacude el lomo con desesperación mientras sus garras se clavan en el suelo para salir de él a continuación, regando de tierra todo a su alrededor... se arrastra hasta un árbol, arañando con rabia el tronco y destrozando su corteza. Trata de respirar hondo, como si el oxígeno fuera a librarle de tan aberrante dolor, pero jadea con fuerza sin conseguirlo, y cuando logra llenar sus pulmones de aire en un último intento desgarrado, éste sale de nuevo al exterior transformado en otro aullido aterrador... aquel pelo sucio y maloliente parece remitir, y con él, sus fauces manchadas de sangre, que se contraen consiguiendo por unos instantes que aquella bestia parezca un ser patético y digno de lástima, más aún cuando al intentar incorporarse y permanecer erguida, aquel dolor vuelve a azotar todo su cuerpo, logrando casi derribarle.
Se arrastra por las cercanías, dando tumbos y sintiendo un agudo escalofrío que parece ir y venir, a medida que la piel bajo el pelaje empieza a brillar bajo la inminente luz del alba, haciéndose visible. Agita sus extremidades superiores con una mezcla de furia salvaje y rabia descontrolada, y propina un fuerte zarpazo al tronco de otro árbol, el más cercano; sus ojos amarillos, cuyas pupilas se dilatan y comienzan a reflejar un pequeño vestigio humano, comprueban con estupor que se ha destrozado las uñas, que ya no son las largas y afiladas garras de un animal, sino mucho más pequeñas y endebles, y sangran abundantemente... permanece inmóvil y jadea con fuerza; una creciente confusión llega con el amanecer...
Y ahora el llanto. El llanto impotente y carente de esperanza de todas esas noches en las que gracias a Dios, -¿pero hay un Dios?... ¿lo hay?-, nunca recuerda el cambio nocturno, ni siquiera ese dolor ardiente que se apodera de ella cada vez que la luna llena surge entre las nubes, ya que cuando la bestia hace su aparición, la razón se convierte en sinrazón, y de nada de lo que ocurre despues es consciente... aunque lo puede imaginar, y eso es descorazonador. Tanto como volver a ser la mujer esbelta, hermosa y de largo cabello claro, tras una espantosa agonía que puede tener su fin en cualquier parte, en el lugar más inesperado, como aquel pequeño parque natural al que ha llegado de no se sabe dónde y en cuyo terreno yace temblando, hecha un ovillo. Y ahora trata de controlar su desazón mientras se incorpora estremeciéndose y se agazapa desnuda tras un matorral, mirando a su alrededor como una gacela asustada, y buscando algún modo de cubrir su cuerpo con algo y así poder regresar a casa.
Si hay algo espantoso en aquella pesadilla, es la transformación, la que le devuelve a su origen humano. El cambio a lobo es temido, inevitable y desalentador, aunque volver a ser mujer es aún peor, es lo más horrible. Parece absurdo, pero es entonces cuando eres consciente de que eres un monstruo.
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