Abrió los ojos casi antes de oír los golpes. Miró hacia las puertas del balcón acristalado. Allí estaba de nuevo, como cada noche, y una vez más la luz de la luna parecía atravesar su piel, palideciéndola aún más; sonreía, sonreía seductoramente y el brillo azulado en sus ojos le hacía más atractivo.
Volvió a golpear el cristal con el dorso de su mano mientras su gesto apremiaba, insinuante. Tina retiró las sábanas, y sin ponerse siquiera una bata sobre su ligero camisón, se levantó de la cama y se acercó hasta el balcón, abrió y sonrió.
-Hola -susurró sonriente mirando nerviosamente atrás, por si alguien entraba a la habitación, descubriéndoles.
-Hola -saludó Ian con descaro, apoyándose en el marco de la puerta- ¿puedo pasar?
-No sé –sonrió Tina provocativamente, sacudiendo su larga melena- ¿y si entra mi padre y nos ve?
-No entrará. –Aseguró Ian con un guiño cómplice- Anda, déjame pasar.
Tina se dio la vuelta y paseó por el cuarto girando al compás de una melodía inexistente, daba graciosas vueltas siguiendo el ritmo de la danza con el movimiento de sus brazos, como lo hacía la joven del ballet clásico que había ido a ver la semana anterior. Se detuvo finalmente a pocos metros del balcón y miró insinuante a Ian, que no la perdía de vista. Se acercó entonces a la cómoda y cogió aquel antiguo cepillo del pelo recuerdo de su abuela; comenzó a pasárselo por el largo cabello negro y caminó despacio hasta el balcón, clavando su mirada en el joven pretendiente que noche tras noche se apostaba allí esperando ser invitado a entrar.
-Bueno, ¿qué? –Preguntó Ian inclinando la cabeza con ácida galantería- ¿puedo pasar?
-A ver... –Tina miró inquisitivamente a Ian- ... ¿por qué tendría que permitírtelo?
-Porque te quiero –respondió Ian mirándola a los ojos.
-¿Me quieres?
-Te quiero.
-Demuéstramelo.
-¿Qué te lo demuestre?, ¿más? ¿Qué tengo que decir, Tina, para que me creas?, ¿qué tengo que hacer para que me aceptes?... ¿qué más necesitas para dejarme pasar?
-¿Cómo sé que tus intenciones son sinceras?
-¿Qué como...?, ¿no te basta con mi presencia?, ¿no es suficiente estar aquí junto a ti, noche tras noche, casi hasta el alba, rogando, suplicando que me dejes entrar?.... vamos, Tina... déjame entrar...
La joven da un paso atrás, vacilante, ante el extraño influjo de esos ojos penetrantes y azulados, ante esa sonrisa afilada y voraz, ante esa excitante figura que aparece siempre emergiendo de la oscuridad.
-No te fías de mí, –suspira Ian con aire atormentado- cien noches junto a ti, más de tres meses viniendo a verte, a darte todo de mí y aún no te fías.
-¿Tendría que hacerlo? –pregunta Tina alzando con coquetería su elegante mentón.
-¡Si! –Parece agonizar el apuesto joven- si, si, mil veces si... por favor, por favor, te lo ruego, mi vida, no puedes tenerme así... no puedes hacerme sufrir esta horrible tortura, no puedes ser tan cruel conmigo... te quiero, Tina.
-¿Me quieres?... ¿de veras me quieres?
-¡Te adoro!, ¡te idolatro!, ¡no puedo estar lejos de ti!... no puedo olvidarte.
-Pues ven mañana por la mañana y habla con mi padre.
-No, amor, tu padre no lo aceptaría jamás... déjame pasar. Te quiero.
-¿Me quieres?... ¿piensas mucho en mi?
-No puedo olvidarte.
-¿Ah no?
-Ni de día, ni de noche. No puedo comer, no logro dormir por las noches, no puedo pensar en nada que no seas tu... no puedo olvidarte.
-¿Y si te dejo pasar... qué harás?
-¿Pues qué voy a hacer, amor? –Susurra Ian con su aterciopelada voz- amarte por toda la eternidad, idolatrarte por siempre, como a la diosa que eres.
Tina no se hace de rogar más, de hecho, es justo lo que necesita para acabar de vencer su resistencia y sonriendo, invita a pasar a Ian con dulce susurro y provocador gesto.
El joven parece acceder flotando al dormitorio de su joven amada, y siguiéndola mientras ella se encamina hacia la cama, abre lentamente su boca mostrando la dura firmeza de unos agudos colmillos que asoman tras su diabólica y lasciva sonrisa. Se acerca hasta Tina, que no ve sus intenciones hasta que se abalanza sobre ella, haciéndola caer sobre el colchón y preparándose para atacar sin piedad ese pálido cuello que ha observado durante cien noches desde el marco del balcón.
Y ahí, justo ahí, es cuando se desencadena todo. El gesto de Ian se transfigura, el brillo afilado y violento de su boca y su mirada parece ahogarse en un solo segundo, mientras que Tina parece florecer, resurgir de esa pálida languidez, de esa dulce inocencia que la hace presa de cualquier espectro nocturno.
Y luego la sangre. La sangre extendiéndose alrededor de la estaca. La estaca que Tina sujeta con fuerza, que escondía bajo su almohada y que ahora se hunde en el negro corazón del monstruo, que en pocos segundos se desintegra, desvaneciéndose en el aire.
-Asesinaste a mi madre. Cuando yo era una niña. En ese mismo balcón por el que yo te he invitado a entrar. La engañaste, la sedujiste y la mataste en vida. Tuve que ser yo quién la enviara definitivamente al descanso eterno, ella y a mi hermana, a la cual atacó sin piedad cuando se transformó. Tardé en encontrarte, ¿sabes?, pero lo logré. Y tras estos meses de atraerte, de esperarte y alentar tu interés, por fin me armé de valor para invitarte a entrar... y acabar contigo. Yo tampoco podía olvidarte.
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