La oscuridad. La oscuridad y el viento del bosque azotan las ramas y llega silbando hasta mí. Me roza la cara y se cuela en mis huesos que avanzan despacio entre nichos y lápidas.
La luna. La luna que brilla en lo alto y asoma entre nubes guiando mis pasos. Mi cuerpo –o lo que de él queda- recibe su luz, absorbe sus rayos que cruzan tejidos y órganos que ya se han podrido y empiezan por fin a secarse. No hay calor, no hay vida, ni siquiera hay alma, aquella se fue. No queda ya nada, no queda ya aliento en un cuerpo sin un corazón que bombee la sangre.
Me arrastro despacio dejando una estela de pútrido olor tras de mí que ahoga el suave aroma de los cipreses que arropan aquellos muros. Las flores y pájaros, la tierra y el agua, y cada raíz, cada pequeño indicio de vida parece apartarse aterrado ante el paso de quién tan sólo es ya casi una sombra. Me arrastro tratando de ver hasta dónde puedo llegar. Avanzo gritando y gimiendo por una garganta sin voz. La luz de la luna es mi guía en esta Noche de Brujas en la que intento volver a la vida.
Ya creo llegar a la puerta, ya creo alcanzarla y saldré por ella; los breves recuerdos que mi desvaída mente aún puede albergar me dicen que ya la crucé en su momento. Ya vine hasta aquí pasando por ella dentro de una caja entre llantos y pena. Aquí me trajeron cuando aún mi cuerpo era cuerpo aunque ya la muerte me había alcanzado. Y entre tantos lamentos y gritos, mi espíritu que aún no había partido, pudo percibir otra negra alma intentando esconderse, un rostro apenado que en verdad ocultaba la mano que segó mi vida.
Un golpe. Otro golpe. Y el brillo mortal que clavaste en mí mientras me decías que aún me querías. Y entonces la luz se alejó, las sombras llegaron y a continuación me tragó la tierra. Esa tierra blanda y oscura que alberga los restos de cientos de cuerpos sin vida, esa tierra llena de cuerpos sin alma que esperan hallar el camino a un lugar de descanso.
Y ahora me arrastro hasta ti, por fin a tientas alcanzo la puerta, y salgo por ella avanzando despacio, lenta pero segura, mi instinto mortífero me orienta, supliendo a mis cuencas vacías que me impiden ver. Y una helada sonrisa parece lucir en un rostro que ya no lo es, un amasijo de huesos y restos podridos que una vez fue alguien y que no parará hasta cumplir su propósito. Pronto estaré frente a ti una vez más. He regresado para ir a tu encuentro y llevarte conmigo. Te quiero. Te quiero y sé que tú me quieres aún. En lo bueno y en lo malo. En la riqueza y en la pobreza. En la salud y en la enfermedad. Y en la muerte.
La oscuridad. La oscuridad y el viento del bosque azota las ramas y llega silbando hasta mí. Me roza la cara y se cuela en mis huesos que avanzan despacio en tu búsqueda. Un fétido aliento desatan mi oscura pasión desbocada y mi amor inmortal que me llevan a ti. Esta es la noche. Y te encontraré. Juro que te encontraré.
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