Mi mente confusa reacciona, mis ojos se abren y mi mano retira ese velo que me tapa el rostro, que me cubre el cuerpo de pies a cabeza. Es una sábana. Es una áspera sábana blanca de algodón y bajo ella estoy yo, en una cama fría y aséptica que no reconozco. Dios... estoy desnuda, ¿quién me ha quitado la ropa?... mis brazos cubren inconscientemente mis partes más íntimas y me incorporo buscando alguna razón que me indique por qué estoy allí.
La sábana resbala, se desliza, y acaba en el suelo de baldosas blancas. Alrededor de una docena de camillas idénticas me rodean, y sobre ellas, otros tantos cuerpos cubiertos del mismo modo en que estaba el mío. Pero yo no estoy muerta. Dios... yo no estoy muerta. Estoy viva. ¿Por qué estoy aquí?.
Una creciente sensación de angustia se está apoderando de mí; no recuerdo qué ha ocurrido, no comprendo qué ha pasado, pero sé que estoy viva. No sé qué ha podido suceder para acabar en este lugar y creo que es el miedo el que impide que me ponga a llorar, a gritar como una loca. Tengo que hacer algo. Bajo de la camilla despacio y poso los pies en el frío suelo, recogiendo la sábana y cubriéndome el cuerpo con ella. Arqueo la espalda y trato de mantener la cabeza erguida... me duele el cuello... lo giro a ambos lados para activar mi circulación y recuperar el movimiento de mis adormecidos músculos. Después miro a mi alrededor. Esto es horrible, siniestro... desolador. Todas esas personas que hay bajo las sábanas están muertas. Y aquí pensaron que yo también lo estaba, aunque sigo sin recordar por qué.
Tengo que salir de aquí. Tengo que buscar a alguien que me atienda y que me explique qué me ha sucedido. Y tengo que comer algo; tengo mucha hambre, y eso es buena señal, ¿no?. Camino hacia la doble puerta sin dejar de mirar atrás; este lugar da escalofríos. Inoportunamente, vienen a mi mente al menos media docena de escenas de películas de terror en las que el difunto de turno se levanta de la camilla transformado en un muerto viviente. Acelero el paso y segundos después me encuentro en un también aséptico corredor que está a oscuras si no fuera por los fluorescentes del techo. Sin saber muy bien a dónde, empiezo a caminar esperando encontrarme con un enfermero, o un médico, alguien que me ayude. Silencio; silencio total a mi alrededor, no se oye nada, ni a nadie; quiero llorar y no puedo, quiero gritar y la voz no surge de mi interior, y no logro comprender por qué; sigo avanzando por el corredor mientras mi mano acaricia mi dolorido cuello, ¿por qué me molesta tanto?.
Estoy hambrienta, cada vez tengo más hambre, espero encontrarme con alguien que me diga que todo está bien y me dé algo de comer. Qué sorpresa se van a llevar cuando vean que no estoy muerta. Continúo caminando y giro el recodo de otro pasillo mirando a un lado y a otro; mi desesperación aumenta, ¿y si no hay nadie?, ¿y si estoy sola aquí?... pero eso no es posible, tiene que haber alguien que me pueda ayudar. Me encuentro con unas estrechas escaleras y empiezo a subir los peldaños pensando que tal vez arriba sí haya más gente. Apoyo mi mano derecha en la pared y trato de luchar con una extraña y desagradable oleada de angustia que surge de mis entrañas... tengo que comer, estoy segura de que cuando coma me sentiré mejor. Una vez arriba miro al lado izquierdo y al derecho y empiezo a caminar hacia este último; las paredes de este piso ya resultan más acogedoras, y el suelo enmoquetado tiene un aspecto más cálido que las frías baldosas de aquel sótano al que no volvería por nada del mundo; sigo sin encontrarme con ningún miembro del hospital, porque está claro que esto es un hospital; tal vez tuve algún accidente, tal vez sufrí un colapso.
Sus conclusiones no le convencen, algo más grave tuvo que ser cuándo certificaron su muerte y la bajaron a la morgue. Llega al final de un nuevo corredor y se apoya finalmente en la pared tratando de controlar esas extrañas nauseas que vienen y van misteriosamente. En el tabique opuesto hay un espejo y se acerca a él apreciando su reflejo borroso y etéreo; debe estar peor de lo que ella cree, porque su vista se nubla hasta el punto de que cree apreciar cómo se desdibuja su imagen, deben de ser alucinaciones, porque hasta le parece ver la moqueta que cubre la pared posterior a través de su cuerpo y un extraño estremecimiento recorre su espalda al observar aquel lado de su cuello ligeramente amoratado, ese tono violáceo extendiéndose alrededor de unas incisiones púrpura... y cuando ya la confusión invade su mente hasta el punto de que cree que esa pesadilla la hará desfallecer, percibe ese aroma dulce y cálido que atrae enteramente su atención, y desde la penumbra ve acercarse a una joven enfermera, con su clásico uniforme blanco y sus zuecos resonando a cada paso que da; no tendrá más de veinticinco años y lleva su fino y rubio cabello recogido en la nuca, dejando a la vista la línea del cuello, pálida, suave y llena de vida, de una vida que corre por sus venas, latiendo, desprendiendo un olor penetrante y atrayente que sólo ella puede percibir. La joven pasa muy cerca sin percibir su presencia y sigue su camino también sin saber que es atentamente observada.
Nina olvida su imagen en el espejo, olvida su etéreo reflejo que parece diluirse ante sus ojos hasta desaparecer y esas extrañas marcas que hay en su cuello, de repente todo le resulta indiferente, sin importancia, al menos por el momento; ya tendrá tiempo de pensar en ello... ahora está hambrienta, y tiene que comer.
Sus conclusiones no le convencen, algo más grave tuvo que ser cuándo certificaron su muerte y la bajaron a la morgue. Llega al final de un nuevo corredor y se apoya finalmente en la pared tratando de controlar esas extrañas nauseas que vienen y van misteriosamente. En el tabique opuesto hay un espejo y se acerca a él apreciando su reflejo borroso y etéreo; debe estar peor de lo que ella cree, porque su vista se nubla hasta el punto de que cree apreciar cómo se desdibuja su imagen, deben de ser alucinaciones, porque hasta le parece ver la moqueta que cubre la pared posterior a través de su cuerpo y un extraño estremecimiento recorre su espalda al observar aquel lado de su cuello ligeramente amoratado, ese tono violáceo extendiéndose alrededor de unas incisiones púrpura... y cuando ya la confusión invade su mente hasta el punto de que cree que esa pesadilla la hará desfallecer, percibe ese aroma dulce y cálido que atrae enteramente su atención, y desde la penumbra ve acercarse a una joven enfermera, con su clásico uniforme blanco y sus zuecos resonando a cada paso que da; no tendrá más de veinticinco años y lleva su fino y rubio cabello recogido en la nuca, dejando a la vista la línea del cuello, pálida, suave y llena de vida, de una vida que corre por sus venas, latiendo, desprendiendo un olor penetrante y atrayente que sólo ella puede percibir. La joven pasa muy cerca sin percibir su presencia y sigue su camino también sin saber que es atentamente observada.
Nina olvida su imagen en el espejo, olvida su etéreo reflejo que parece diluirse ante sus ojos hasta desaparecer y esas extrañas marcas que hay en su cuello, de repente todo le resulta indiferente, sin importancia, al menos por el momento; ya tendrá tiempo de pensar en ello... ahora está hambrienta, y tiene que comer.
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