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viernes, 21 de enero de 2011

LOS RELATOS DE SARA: "EL SÍNDROME DE MARÍA ANTONIETA"


-Dios... ¡Dios!, ¡¿dónde estoy?!... ¡¡¿qué es esto?, ¿dónde me encuentro?!!!!.

... ... ... ... ...

-¿Por qué está todo tan oscuro...?, ¿alguien me escucha???... Dios...

... ... ... ... ...

-¡¡Por favor... que alguien... me saque... de aquí!!!!!!!!!...

El aire me empieza a faltar y mi respiración agitada no ayuda. El miedo descontrolado tampoco. Y la consciencia de que estoy en un sitio cerrado, pequeño y oscuro no hace más que empeorar las cosas. No hace falta ser tonta para darse cuenta de que estoy en un ataúd, no puede ser otra cosa. Dios... ¿cómo se puede acabar en un lugar así y no recordar cómo?, ¿estoy muerta y no me he enterado?, ¿qué ha ocurrido?, ¿cómo ha podido pasarme esto?... ¿cómo he llegado aquí?.

Sé que no debo llorar, sé que no debo desperdiciar mis fuerzas y mis energías gritando y pidiendo una ayuda que tal vez no llegue. Podría estar ya enterrada y entonces no hay nada qué hacer; a dos metros bajo tierra nadie podrá escucharme, tal vez los gusanos esperan con calma para darse un festín con lo que quede de mí, tal vez los míos lloran mi pérdida sin ser conscientes de que aún no me he ido, de que sigo aquí, aunque no sé hasta cuándo.

Mis uñas arañan con fuerza la parte interior de la caja en la que me encuentro y la cálida humedad de la sangre resbala mojando mis dedos; no puedo verlo pero lo siento, aunque no sé por cuánto tiempo.

Dios, el tiempo... ¿cuánto me queda?, ¿cuánto podría pasar hasta que la muerte real venga aquí a buscarme de modo cruel y espantoso?. Puedo asfixiarme esperando una ayuda que no llegará, puedo morir de sed cuando pasen las horas y mi cuerpo vaya empezando a secarse. Pero lo peor, lo más horrible de todo es que puedo perder la razón lentamente si es que no la estoy perdiendo ya. Puedo volverme loca en cuestión de horas a la espera de un fin inevitable y trágico...

... ¡no, no puedo rendirme sin más!, no voy a morir aquí sin luchar, no puedo creer que este sea mi propio final, no acepto quedarme inmóvil aguardando un destino que no es el mío y no quiero asumir.

Tengo que golpear con fuerza este maldito ataúd... ¡tengo que romperlo aunque me deje las manos en el intento!... ¡si es preciso lo destrozaré a patadas!, ¡tengo que gritar... tengo que gritar muchísimo... !!!!!

Y grito. Grito. ¡¡GRITO!!!!. Pero no. Nadie me oye...

... ... ... ... ...

-¡Beatriz!, ¡Beatriz, cálmese!. ¡Dios, esta mujer va a sufrir un colapso, tenemos que hacer algo!.

-Vamos a sedarla, porque lo hemos intentado todo, pero nada ha dado resultado, lleva así horas, desde que la trajeron aquí al hospital.

-Pero, ¿por qué?, ¿qué le ha ocurrido?, ¿por qué está en ese estado?, ¿y por qué su pelo está...?

-¿Blanco?; pues mira, yo le llamo el Síndrome de María Antonieta, cuentan que a la emperatriz de Francia le pasó lo mismo durante la noche previa a que la ajusticiaran, a causa del sufrimiento; no sabía si era una leyenda, o era real, porque no había visto ningún caso clínico. Hasta ahora.

-¿Por qué?, ¿qué situación ha tenido que vivir esta mujer para acabar en ataque de histeria y con el cabello lleno de canas?, ¿tan horrible ha sido lo que le ha pasado?.

-Sí, lo ha sido. Aunque lo verdaderamente lamentable es que haya personas cuyo extraño sentido del humor no les deje ver más allá de sus despropósitos y ocurrencias. Se supone que debía de ser gracioso. Una de esas bromas inoportunas y de mal gusto que no lo parecen hasta que sus consecuencias llegan demasiado lejos. Beatriz Lagos tiene 26 años, aunque con su actual aspecto físico pueda aparentar más, con esos rasgos pálidos y abotargados y el pelo blanco como el de una anciana, pero es una joven en la flor de la vida. Encontró trabajo en una funeraria, aunque el contrato le ha durado poco, su labor consistía en figurar en recepción, atendiendo a la clientela; la persona que ocupaba antes su puesto se jubiló y ella apenas llevaba tres días en su lugar, así que sus compañeros, -a los que por cierto probablemente les espera una buena-, decidieron prepararle una fiesta de bienvenida, una cena en un restaurante en el que por lo visto, corrió el vino en cantidades importantes, todos bebieron bastante, incluida Beatriz, que no lo habría hecho de haber sabido que la celebración desembocaría en una excusa para emborracharse y acabar siendo víctima de una novatada; después de la cena decidieron ir a bailar y en el trayecto a la discoteca ella se quedó dormida en el coche de uno de sus compañeros, así que en lugar de ir a divertirse como tenían previsto, pensaron que sería algo muy divertido entrar a la funeraria, meterla en uno de los ataúdes vacíos y esperar a ver qué pasaba cuándo despertara.

-Dios, qué espanto. Odio a los graciosos.

-Sí, la verdad es que la ocurrencia es inconcebible. Pero lo peor estaba aún por venir. Aquellos inconscientes esperaron un rato a ver si Beatriz abría los ojos y reaccionaba, pero oyeron un ruido que les hizo salir corriendo, ya que no habían entrado precisamente con permiso y menos a esas horas; ojalá hubiera sido alguien que hubiera ayudado a esta muchacha, pero no, era muy tarde y allí no había nadie trabajando; se comprobó entonces que la ventana de una de las oficinas estaba abierta cuando al fin abrieron al día siguiente, así que a saber... debió ser algún gato que se coló en la funeraria y que alarmó a los jóvenes, asustándolos y provocando que salieran a escape sin pensar en las consecuencias y sin saber que Beatriz es claustrofóbica.


-Vaya, encima eso... claro, a saber el rato que ha estado consciente, confundida y aterrada... joder, seguramente horas.

-Pues si. Horas. Concretamente siete. Desde aproximadamente las dos de la madrugada hasta las nueve de la mañana, cuando el dueño de la funeraria abrió y oyó los gritos. Llamó enseguida a la policía pidiendo ayuda, y éstos a una ambulancia para que se llevaran a Beatriz y también al pobre hombre, que sufrió un fuerte shock cuando vio el estado al que había quedado reducido su empleada. No tardaron en localizar a los artífices de semejante estupidez, que acabaron por confesar lo sucedido; ahora mismo les están tomando declaración, no creo que salgan muy bien parados.

-Dios mío... he visto cosas horribles en mis diez años de ejercer la medicina, pero esto es lo peor que podía imaginar, la pobre chica debió pensar que la habían enterrado viva, ¿no?.

-Seguramente. Lo peor de todo es que está bajo una crisis tal, que no sabemos cuánto tardará en recuperarse, ni siquiera si recobrará la razón, ha sido una experiencia excesivamente angustiosa para ella.

-¿Y qué conclusión sacas tú de todo esto?.

-Pues es pronto para hacer un diagnóstico definitivo, aunque una cosa la tengo muy clara, y es que el día que la palme, quiero que me incineren.

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