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domingo, 21 de noviembre de 2010

LOS RELATOS DE SARA "AGUA"

Nina y Esther no se atrevían a moverse. Se encontraban sentadas en el suelo de la cocina, junto a una esquina, y Nina apoyaba la espalda contra la pared, mientras con sus brazos rodeaba a Esther, que al menos había dejado de gritar, pero que todavía sollozaba con fuerza. El cyborg seguía destrozándolo todo, arrasando cuánto encontraba a su paso a base de puñetazos, patadas y violentos golpes... la cocina empezaba a parecer más el escenario de un bombardeo, que el lugar en el que a diario se preparaban docenas de platos de alto contenido calórico para los viajantes y camioneros que decidían parar allí a descansar y comer.

No sin esfuerzo, Nina logró dominar sus impulsos de ponerse a gritar con Esther, quién parecía estar regresando al estado de nervios que la dominaba media hora antes. Si se hubiera dejado llevar, ambas habrían llegado a la histeria, y Nina sabía que eso era lo último que les convenía. El robot había matado al cocinero y también a su ayudante. El primero yacía en el suelo y la visión era bastante desagradable; tenía fuera de sí parte de las entrañas que aquel enorme engendro le había sacado con un enorme cuchillo eléctrico, el mismo que había utilizado para degollar al pinche de cocina, quién intentó infructuosamente huir por la parte trasera, a pesar de que no logró dar más de tres pasos, dejando tras él un amplio reguero de sangre. Se desplomó dejando bloqueadas las puertas de vaivén y a Nina no se le pasó por alto que podían ser una posible vía de escape.

El cyborg no las había visto por la sencilla razón de que cuando entró en la cocina, ellas estaban en la despensa, sacando del congelador unas enormes anguilas que iban a poner en la plancha; de regreso intuyeron el desastre, no sabían qué estaba ocurriendo, pero no era nada bueno. A punto de salir desde detrás de las estanterías de las tartas, Nina cogió con tanta fuerza a Esther, que casi le rompe un brazo, tiró de ella para obligarla a retroceder y así evitar que el cyborg advirtiera su presencia. La pobre chica se llevó un buen susto, que se transformó en pánico cuando vio a aquella masa de acero y circuitos arrasándolo todo y que terminó en histeria cuando vio muertos al cocinero y al pinche. Nina no perdió el tiempo. La abrazó con fuerza y se la llevó consigo, sentándose en el suelo de la cocina, lo más alejada posible del robot, que tarde o temprano las vería, puesto que su ataque empezaba a derivar hacia la zona del almacén, dónde ellas se encontraban.

Esther volvía a gritar y cada vez con más fuerza; Nina respiraba agitadamente tratando de centrarse, de poner en orden sus ideas; aquella jovencita estúpida las iba a poner a las dos en un grave problema, así que no se lo pensó dos veces, la sujetó por los brazos, la miró de frente, y cuando menos lo esperaba, le dio una fuerte bofetada que la hizo callar en el acto. Inmediatamente a Esther se le pusieron los ojos en blanco y se desmayó sin más. Nina respiró aliviada, la reclinó despacio hasta que quedó echada en el suelo y con cuidado alcanzó unos trapos de cocina con los que la cubrió lo mejor que pudo; no sabía hasta qué punto esto era útil, pero mejor eso que dejarla a la vista del enloquecido autómata. La policía y sus ideas de mierda, pensó despectivamente; hace cuatro meses en una ciudad del norte, hubo otro robot que hizo una masacre en una comisaría, y eso que aquel era uno de esos modelos nuevos, tan supuestamente perfectos y con aspecto humano; tan sólo sobrevivió una joven policía que no se sabe cómo, logró deshacerse del cyborg. Pues bien, si aquella chica pudo, ella también. Nina no era una entrenada policía veinte añera, más bien una simple camarera que se aproximaba más a los cuarenta que a los treinta, pero era avispada, inteligente y la vida le había dado ya unos cuantos golpes, pese a no ser todavía mayor; así que decidió salir de aquello haciendo uso de su ingenio.

Se arrastró lentamente por el suelo hasta llegar a la gran mesa de la cocina y se situó tras ella, observando aterrada, pero dominando su miedo, cómo el robot estrellaba su puño contra la pared de azulejos, abriendo un gran boquete en ella... daban ganas de echar a correr, pero no. Iba a hacerle frente fuera como fuera y a punto estaba de coger el amasador y liarse a golpes con él, cuando Esther recuperó el conocimiento repentinamente y la llamó desde el rincón en el que se encontraba. Esta vez el cyborg sí la oyó, con tan mala suerte para Nina, que se giró en redondo justo cuando la tenía detrás; el autómata levantó un férreo brazo y a ritmo de un escalofriante rugido la golpeó lanzándola varios metros por el aire; Nina fue a estrellarse contra el arcón congelador, cayendo sobre el. Trató de levantarse como pudo, desecha de dolor, pero el robot llegó antes; la sujetó por el pelo y la bajó del congelador arrastrándola violentamente, después la levantó en alto abrazándola, de modo que durante unos segundos, Nina se encontró frente a frente con el cyborg, a pocos centímetros de sus ojos brillantes y rojizos. Daba miedo. Pero no tuvo mucha ocasión de pensar en ello porque aquel trasto la alzó hasta que casi tocó el techo y después la dejó caer sobre la tabla de cortar carne. Esther gritaba a pleno pulmón, aterrorizada ante tal visión y sin ser capaz de hacer nada útil, ni de levantarse del rincón en el que estaba. Nina recuerda que cuando la oyó, pensó que si conseguía salir de aquella, lo primero que haría sería dar una buena paliza a esa niñata. Pero alejó ese pensamiento rápidamente cuando se percató de que al menos debía llevar un par de costillas rotas, del impacto de su cuerpo contra la tabla de carnicero sobre la que ahora se encontraba. Y su muñeca izquierda comenzaba a hincharse, con lo cual debía llevar otra fractura de consideración. Y tenía suerte, el golpe que el robot le había propinado, no era nada en comparación con lo que se podía haber llevado. Aquel engendro alargó su garras metálicas y de un tirón le rajó la falda, acto seguido de lo que parecían manos surgió un objeto punzante mecánico que a Nina no le gustó nada, así que con todas sus fuerzas, se impulsó con su mano derecha y se tiró al suelo yendo a caer sobre el cuerpo Toni, el cocinero, y empapándose con su sangre, pero a Nina le daba igual, por ella, como si Toni era seropositivo, había logrado zafase de su agresor y eso, para empezar era más que suficiente.

Con gesto de dolor se levantó tratando de ignorar el sufrimiento que le causaban los huesos que tenía rotos y caminó hacia el restaurante, cuyo silencio respondió a que todo el que se encontraba allí había muerto a manos del robot. Nina recordó cuando el autómata y su compañero, un ser humano normal, con su uniforme azul, habían entrado al restaurante para hacer un pequeño descanso; el policía había pedido un café mientras aquel cacharro metálico esperaba en silencio, a su lado. después se habían ido y no sucedió nada fuera de lo normal hasta que el robot regresó no se sabe cómo ni por qué y convirtió la sencilla cafetería en una morgue. Nina salió de sus pensamientos cuando oyó las enormes pisadas que iban tras ella y sin saber muy bien lo que hacía, se fue hacia el mostrador y cogió una botella de cerveza vacía y se la lanzó a su perseguidor, y lo mismo hizo con un descorchador, un servilletero y una cesta para el pan... se sintió ridícula cuando vio como todo aquello rebotaba sobre el metálico armazón del cyborg y caía al suelo sin ningún efecto, pero ¿qué podía hacer ella?, ¿quedarse allí quieta, esperando a que aquella bestia infernal la matara?, no, eso nunca.

Su cerebro iba a mil por hora mientras aquel gigante se acercaba inexorablemente y la impotencia se apoderó de ella cuando vio que las garras metálicas volvían a apresarla y no sabía de qué modo salir de aquello; nuevamente el robot la dejó caer sobre una mesa sujetándola con fuerza y volviendo a extraer aquel punzón metálico que giraba como el torno de un dentista. Nina luchaba con todas sus fuerzas, que eran pocas en comparación con las del robot enloquecido y giró la cabeza tratando de zafarse de la mano biónica que le oprimía el pecho y el cuello; de este modo pudo ver el agua. En la mesa de al lado había una jarra de cristal llena de cubitos de hielo que se iban deshaciendo a un ritmo vertiginoso a causa del calor. Entonces lo vio claro, claro como el agua. Alargó el brazo intentando agarrar el asa, pero no lograba alcanzarla... estiró el brazo desesperada y sintió un dolor agudo en la espalda, las costillas empezaban a acusar el dolor de las fracturas... alargó el brazo un poco más... no era suficiente... un poco más... empezaban a fallarle las fuerzas y la asfixia la llevaba hasta el desmayo, y cuando pensó que todo estaba perdido, sus dedos rodearon el asa de la jarra de agua, y levantándola, la estrelló todo lo fuerte que pudo contra el armazón de acero del robot, que al estar dañado permitió pasar al agua a su interior, y provocando un fuerte cortocircuito en el anticuado sistema del cyborg, no en vano era de los primeros modelos y su interior era mucho más endeble.

Saltaron chispas y algunas de ellas salpicaron en su piel, provocándole leves quemaduras que tampoco notó hasta pasadas las horas; podrían haberle operado a corazón abierto en ese momento, y no se habría enterado de nada. El robot soltó un profundo y escalofriante rugido, y se tambaleó hacia atrás, desplomándose contra el suelo y empezando a despedir un fuerte olor a circuitos quemados; pataleó y braceó con fuerza tratando de remontar, pero no pudo y sus inhumanos ojos parecían mirar a Nina con rabia, quien una vez recuperado el valor y la compostura, cojeó hasta otra mesa y asiendo una nueva jarra de agua, se fue hacia el lugar dónde el cyborg yacía agonizante como si de un ser humano se tratara, y levantándola en alto, la estrelló con rabia contra el monstruo, y así con otra jarra, y otra más, y todas las que había en el comedor; le llevó un buen rato a causa de su incapacidad, pero lo consiguió.

Y cuando terminó, se fue hacia la nevera y sacó una cerveza que se bebió de un sólo trago... ¿agua?, no gracias, el agua para las máquinas.

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