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lunes, 17 de octubre de 2011

LOS RELATOS DE SARA: "UN JODIDO DESASTRE"

Agazapada bajo el hueco de las escaleras, sumida en la oscuridad, no se atreve ni a respirar. Quisiera incluso acallar el sonido de su desbocado corazón que en realidad nadie más puede escuchar, pero a ella parece sonarle tan fuerte como el reloj de la plaza, el que ahora toca tres claras campanadas, las tres de la madrugada. Durante unos segundos y mientras se retrae un poco más en su improvisado escondite por miedo a ser vista, Laura rememora las últimas horas, la concatenación de hechos que la han llevado a esta rocambolesca y espantosa situación. Debió quedarse en casa con Lidia. Debió irse a la cama con ella, ahora estarían ambas durmiendo plácidamente después de media hora de sexo convencional. Y ahí estaba el problema, no es que Laura se arrepintiera de haberse ido a vivir con su actual pareja, pero la situación empezaba a ser rutinaria, más de lo que a ella le gustaría. Y eso que al principio todo era muy distinto, excitante, morboso y sobre todo, prohibido.

Lidia Durán era una eficaz ejecutiva; viuda, 48 años, exactamente 25 más que Laura, que acababa de cumplir los 23. Habían trabajado juntas en la misma compañía, pero ahora las dos estaban desempleadas. Para Lidia, el despido fue un duro golpe, no en vano eran 30 años en la empresa, había entrado como ayudante de la asistente de dirección, luego pasó a ocupar el puesto de ésta y finalmente y por méritos propios, terminó siendo socia del propietario, o más bien de su hijo, que con los años acabó heredando el negocio de su padre, conocía a Lidia como si la hubiera criado y aconsejó a su hijo que la hiciera socia de aquella gran compañía metalúrgica. Laura Robles era la única hija del dueño, una joven atractiva, dinámica y algo alocada. Su padre estaba preocupado por ella, o como él mismo lo hubiera definido: “hasta los mismísimos cojones”. A Laura su madre la había malcriado en exceso, y él también, para qué negarlo, consintiéndole muchos caprichos que debió negarle y haciendo como que no veía las locuras que su esposa tapaba solapadamente en un patético intento de “ayudar” a su vástaga. Laura estudiaba Empresariales, pero como si no lo hiciera, porque no asistía a clase, no aprobaba ningún examen, -principalmente porque ni se presentaba a ellos-, salía hasta altas horas de la madrugada casi todas las noches y volvía completamente borracha a casa. Sus progenitores ya no sabían qué hacer con ella y finalmente su padre, en un último y desesperado intento de que enderezara su vida, decidió que se pusiera a trabajar en la compañía, esperando que madurara, incentivada por la compensación de un sueldo a final de mes que no fuera la excesiva y mensual paga que le entregaban en casa por su cara bonita.

Durante unas semanas todo pareció ir bien; Laura fue puesta bajo la tutela de Lidia, para que la orientara y le enseñara el funcionamiento de la empresa. Ambas mujeres conectaron de un modo armónico, Laura pareció moderar su carácter díscolo y desafiante y empezó a dejarse llevar por la racional Lidia, que la acompañaba a todas partes como el más fiel Pigmalión. Luis estaba encantado y hasta empezó a entrar silbando a la oficina, algo poco habitual, pues por lo general el genio mañanero del jefe era de antología y solía durar toda la jornada. Se respiraba un ambiente profesional a la par que tranquilo, y así debió seguir, pero las cosas suelen torcerse y en este caso no fueron distintas.

Y seguramente si hubiera ido silbando, como ya era costumbre en él desde hace tiempo, Laura y Lidia le habrían oído llegar, pero ese día Luis iba masticando uno de los chicles que desde que se había impuesto la ley anti-tabaco solía llevar en los bolsillos de su traje. Se dirigió resuelto al cuarto de la fotocopiadora y abrió la puerta aun riéndose del último chiste que un cliente le había contado por teléfono. Lo que se encontró frente a él le borró todo rastro de alegría del semblante y no había ninguna excusa creíble que justificara la estrecha unión y la escasez de ropa que en aquellos momentos definía los cuerpos de su hija y su socia. Si además le añades que se estaban besando de modo apasionado, pues ata cabos. Y como reza el título de la película: ahora empiezan los gritos. El escándalo que allí se armó no se olvidaría en mucho tiempo, si es que algún día se olvidaba, y una vez calmados los ánimos con la ayuda de dos ejecutivos que acudieron al oír la acalorada discusión, Luis, Lidia y Laura se reunieron en el despacho de éste, manteniendo una larga e incómoda charla que concluyó con el despido de ambas y ciertas alusiones a posibles cambios en la herencia de la joven, que no pareció inmutarse ante dichas amenazas. De hecho, con un descaro e insolencia flagrantes, la antigua Laura volvió a escena asegurando que quería a Lidia, que se había enamorado de ella y que nada ni nadie lograrían separarlas; Lidia corroboró aquellas palabras ante la atónita y ofendida mirada del que había sido su socio y amigo durante décadas, y a lo largo de los cinco meses posteriores y subsistiendo momentáneamente del capital que poseía Laura en el banco, una suma nada despreciable, ambas mujeres convivieron en el apartamento de Lidia, la cual se dedicó a buscar trabajo incansablemente con escasos resultados, y es que aunque sus referencias laborales eran excelentes, no estaba el horno para bollos para mujer casi en la cincuentena; la crisis del país era evidente y cada intento de conseguir un empleo acababa en fracaso, pero ella no se rendía, su vida íntima y en pareja era idílica, pese a la diferencia de edad, a las distintas personalidades, y a los problemas, pero Lidia aguantó el tirón y continuó agasajando a la joven que ahora alegraba sus días y sus noches, y que en realidad era una cría caprichosa y voluble que no hizo el menor intento por conseguir un trabajo, cosa que le hubiera resultado más fácil a ella que a su compañera. Al principio y en medio del ardor de aquella repentina situación, Laura se quedaba en casa por las noches, haciendo compañía a su pareja, una mujer cultivada a la que le gustaba escuchar música clásica y ver viejas películas en blanco y negro en televisión. Laura llevaba bien todo aquello porque como a toda chica joven y vital, le gustaba mucho el sexo y en ese plano Lidia le daba cosas que nunca ningún chico de su edad le había ofrecido; ella que se había creído rotundamente heterosexual a lo largo de su aún joven vida, se había enamorado de una mujer, o eso creía, porque el tiempo pasa y como se suele decir, la cabra tira al monte, lo que antes era emocionante se vuelve convencional y rutinario y llegó el momento en que Laura empezó a aburrirse ante sus casi nulas salidas nocturnas; seguía queriendo a Lidia, pero deseaba recuperar su vida social. Lo necesitaba.

-¿Seguro que no quieres que me quede contigo? –preguntó solícitamente mientras cruzaba mentalmente los dedos esperando que Lidia no se arrepintiera de sugerirle que saliera.

-No, cielo, -respondió aquella mujer dulce y madura, mirándola comprensivamente-, ve con tus amigos hoy también y diviértete, te irá bien; yo he de acabar de preparar más currículums para enviar mañana, después leeré un rato y me acostaré.

-De acuerdo. –sonrió tristemente Laura, saltando interiormente de alegría- Eh… no me esperes despierta, ¿vale?; puede que se me haga un poco tarde.

-Tranquila, vuelve cuando quieras, te dejaré caldo caliente para que tomes un poco antes de acostarte y mañana me levantaré temprano para hacerte el desayuno. Pásalo bien, te quiero.

-Y yo a ti, cariño. ¡Adios!.



Y deseando ver de nuevo al chico al que había conocido un par de semanas antes y que no paraba de insinuarse, -Laura se había resistido estoicamente por respeto a Lidia, aunque eso iba a empezar a dejar de ser así-, bajó entusiasmada y a toda prisa aquellas escaleras bajo las que ahora se escondía. Había encontrado a aquel joven, si, y no mucho rato después, aparcados en un descampado y con los cristales completamente empañados, recordaba que hacía ya casi un año que no follaba con nadie que no fuera la madura y responsable Lidia; estaba a punto de comunicar a su compañero de juegos lo satisfecha que había quedado tras aquel encuentro, cuando recibió un fuerte puñetazo del ocasional amante que casi la deja inconsciente. A pesar de ir bastante bebida y tras la confusión por aquella incomprensible agresión, Laura levantó el brazo y propinó al joven una bofetada con todas sus fuerzas, la muchacha llevaba los dedos llenos de anillos con formas puntiagudas y una de las aristas se clavó en la cara del chico, causándole un profundo corte y un dolor agudo que le enfureció enormemente. Laura no le dio opción a volver a agredirle, abrió la puerta del coche y salió corriendo a través del descampado, sin pararse a pensar en el vehículo o en nada que no fuera su propia seguridad; el joven salió tras ella también a gran velocidad, hubiera cogido el coche para seguirla, pero Laura tenía las llaves en el bolsillo de la cazadora, que incomprensiblemente aún llevaba puesta pese a que sí le tocó bajarse la falda de cualquier manera al escapar; de las bragas olvídate, a saber a qué rincón del pequeño Nissan habían ido a parar en el fragor de la batalla. Le daba igual. Corrió como jamás lo había hecho sabiéndose seguida por aquel loco que tras un impresionante y satisfactorio orgasmo, tenía una curiosa y desagradable manera de finalizar una noche de sexo.

Y todo esto lo recordaba agazapada bajo el hueco de las escaleras, aguzando el oído para escuchar tan sólo el desesperanzador silencio que finalmente fue roto por unos precipitados pasos que entraron al portal. ¡Joder, debió asegurarse de que la puerta quedaba cerrada!, llevaba varios días estropeada y había que encajarla con fuerza para que no se quedara abierta, y a causa de la loca carrera, su precipitado intento de ocultarse, y el no recordar ese detalle, aquel cabrón había intuido dónde se ocultaba; le oyó detenerse un momento y retroceder hasta el dintel, probablemente mirando los nombres en los botones del portero automático. ¡Mierda!, esa estúpida de Lidia había puesto también el suyo en la leyenda, en una romántica y ñoña demostración de amor cursi y pasado de moda, de esas que a su madura compañera gustaban tanto. Segundos después oyó a su agresor entrar al patio de nuevo y se encogió en la oscuridad, cerrando los ojos con fuerza y rezando –sí, sí, rezando ella, quién lo diría- para que desistiera y se marchara, pero no fue así, el joven se precipitó escaleras arriba a paso muy ligero y Laura oyó cómo llamaba al timbre de su puerta, deseando que Lidia no la abriera, pero Lidia sí abrió, abrió confiadamente y ella oyó como cruzaban un agrio y breve intercambio de palabras para después sonar un fuerte portazo. ¡Dios!, había entrado en la casa… ¿qué podía hacer?. Pensó en llamar a la policía, pero no llevaba el móvil, se lo había dejado oportunamente olvidado para no estar localizable, y salir a la comisaría en busca de ayuda podía suponer no llegar a tiempo de ayudar a la mujer a quién ya no quería como antes, pero a la que no podía abandonar a su suerte, aún le quedaba algo de conciencia, por raro que pudiera parecer.

Tras una lucha interna con su miedo y su instinto de supervivencia, logró vencer a la cobardía y lentamente salió del hueco de la escalera; subió los primeros peldaños presa de un terror casi paralizante, pero poco a poco fue reuniendo valor y llegó al primero de los cuatro pisos de aquel viejo edificio. Pensó en llamar a las puertas pidiendo ayuda, pero hubiera sido inútil, en el primer rellano no vivía nadie, ambos apartamentos estaban vacíos desde hacía más de un año, sus ocupantes se habían cambiado de domicilio y en la segunda y tercera planta no querían ni verla, en aquellas casas habitaban familias que se habían quejado agriamente de su actitud escandalosa y molesta de las últimas semanas, así que estaba convencida de que no harían caso de sus llamadas de socorro; debió hacerlo de todos modos, aunque hubieran avisado a la policía, ¡que vinieran, si!, pero temió una vez más que durante la confusión y el rechazo de los vecinos hasta que descubrieran que de verdad necesitaba ayuda, fuera tarde para Lidia. Cuando estuvo ante la puerta del apartamento, que no era sino el ático del edificio y la única vivienda de aquella última planta, se quedó parada sin saber qué hacer; estaba verdaderamente aterrada y el silencio pesaba como una losa, lo cual no sabía qué podía significar. Extrajo su llavero del bolsillo de la cazadora, dónde también llevaba la llave del coche que ahora se encontraba abandonado en aquel sucio descampado, introdujo la del apartamento en la cerradura y abrió la puerta lentamente. Más silencio. Aquello era una auténtica pesadilla, y se quedó parada en el recibidor sin saber qué hacer. Entonces oyó aquellos lastimeros gemidos que provenían de la habitación que compartía con Lidia y un miedo helado se apoderó de ella, pero en un arranque de valor se dirigió resueltamente hacia el cuarto, asustada ante lo que podía encontrarse en su interior; lo primero que vio fue a su compañera tendida de costado sobre la cama, con el rostro mirando hacia la pared, de modo que no le podía ver la cara, ni sabía si estaba viva o muerta. Corrió hacia ella y la giró aterrorizada esperando verla herida, golpeada, o saber si aquel hijo de puta la había violado.

Pero su sorpresa fue encontrar a una Lidia completamente consciente, mirándola con un gesto entre burlón e inquisitivo, y a continuación un fuerte golpe en la cabeza la hizo caer al suelo, casi inconsciente, aún pudo ver cómo aquel monstruo que la había seguido hasta su casa se abalanzaba sobre ella con un enorme cuchillo…

-Bueno, ya está, trabajo terminado.

-¡Pues ya era hora!, -dice Lidia en tono de reproche-, ¡anda que no te ha costado despacharla!; se supone que tenías que encargarte de ella en el descampado y al final la pequeña zorra ha llegado hasta aquí; a saber dónde se había escondido, ¡si has subido tú al piso antes que ella!, y si no llega a ser porque la muy estúpida decidió regresar a ver si a mí me había pasado algo, se nos hubiera escapado y entonces a esperar hasta otra ocasión más conveniente.

-Venga, no te quejes, -susurra el joven en tono burlón y sarcástico mirando a Lidia a los ojos-, que durante medio año te la has estado beneficiando todas las veces que has querido, y será que la tía no estaba buena, ¿eh?.

-No tiene ninguna gracia, ¿o crees que a mí me ha gustado estar acostándome con una putilla alocada cuando las mujeres ni siquiera me atraen?. Si lo hice ya sabes a qué se debió. Desde que la jodida cría entró a trabajar en la compañía, llegué a saberlo todo sobre ella, entre otras cosas que era una ninfómana descontrolada y lo mismo se tiraba a un tío que a una tía, y que iba a heredar una fortuna, además del control de la compañía dentro de dos años, por eso su padre la quería allí; el viejo no tardaría en jubilarse pero a mí me quedaban unos cuantos años en la empresa, y con franqueza, trabajar a las órdenes de una tarada con el cerebro en las tetas no me hacía ni pizca de gracia. No sabía qué hacer para remediar la situación, hasta que me di cuenta de que era fácil seducirla, si conseguía hacerme con su voluntad y confianza, acabaría por darme claves de cuentas bancarias, y también informándome de los planes financieros que tenía el pusilánime de su padre. Esto último se fue a la mierda en el momento en que nos pilló en el cuarto de la fotocopiadora y nos dio el pasaporte, estuve a punto de abandonar mis planes y a ella en aquella “simpática” reunión que tuvimos con el viejo en su despacho, pero la vi tan cegada con nuestra relación que pensé que aún podía sacar tajada del asunto, además con el tiempo me di cuenta de que tampoco estaba tan sexualmente activa como al principio, supongo que se estaba cansando de lo que era un capricho pasajero y de ese modo no me resultaba tan difícil sobrellevar las contadas ocasiones en las que actualmente practicábamos el sexo.

-Sí, -aseveró repentinamente el joven-, pero luego se torció todo, ¿verdad?.

-Exactamente, se torció todo. Una noche vino a casa echando humo, completamente histérica, dijo que había hablado con sus padres y que le habían comunicado que definitivamente la desheredaban; en el plazo de un mes, tenían cita con el notario para cambiar el testamento, y la iban a dejar sin nada. No sé si las leyes y los derechos de los herederos permiten impugnar ese tipo de cambios, pero me di cuenta de que ya no tenía sentido seguir con ella si en el futuro iba a ser más una carga que otra cosa, así que conseguí convencerla para que me diera autorización en su cuenta de ahorros, dónde había una más que respetable suma de dinero, la mataría y después sacaría toda la pasta, luego me marcharía lejos de aquí, antes de que se dieran cuenta de su desaparición y de la oportuna extracción bancaria posterior. No sabía cómo hacerlo, no sabía siquiera si sería capaz de asesinar, y ese mismo día, la solución vino por sí sola, me llamaron desde el centro en el que estabas residiendo. Te expulsaban. Una vez más.

-¡Pero si te ha venido de perlas!, -rió Jon a carcajadas al ver el gesto de reproche de Lidia-, sólo tuve que acercarme a ella en aquella discoteca, invitarla a unas copas y aunque te confieso que me costó porque en cierto modo aún te era fiel, se abrió de piernas prácticamente a la primera sugerencia. Y la hubiera matado en el descampado, después de tirármela, claro está, que algo tenía que sacar yo de todo esto, pero la muy puta llevaba todo un jodido armamento en esos asquerosos anillos que le cubrían los dedos. Casi se nos escapa, pero lo conseguimos, tranquila mamá, tu plan era perfecto, nadie sabe que tienes un hijo que te ha causado más vergüenza y deshonra de la que puedes soportar, pero no puedes negar que ahora me estarás agradecida, te ha sacado de un buen apuro; luego la bajaré discretamente al maletero del coche, la llevaré a algún lugar apartado, puede que a aquella fábrica abandonada de las afueras, y quemaré su cadáver hasta que quede reducido a cenizas, nadie sabrá nunca nada, puedes estar tranquila.

-Espero que sea así, porque de lo contrario te las verás conmigo. Y una vez te deshagas del cuerpo y espero que eso sea pronto, vuelve a esa cochambrosa pensión en dónde te alojas y no salgas de allí hasta que yo te lo ordene. Es una cruz ser madre de alguien como tú, Jon, nunca has terminado nada bien en tu vida, así que confío en que por una vez sepas hacer las cosas como es debido; nuestro futuro depende de ti, ¿y sabes?, eso me asusta, porque eres un jodido desastre.



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