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miércoles, 29 de septiembre de 2010

LOS RELATOS DE SARA "LA OSCURA PROCESIÓN"

Virginia miró hacia el cielo, el sol ya estaba muy bajo.

Dentro de media hora empezaría a oscurecer; tenía que darse prisa, cortar leña de aquel árbol había sido pesado, le había costado más de lo que ella esperaba, y es que Miguel es más fuerte, por eso termina antes. Coloca las gruesas ramas en el cesto y se dispone a volver; mira de nuevo al cielo, cada vez hay menos luz. Empieza la caminata; de allí a casa es media hora, y hay que cruzar el bosque; tal vez si se da más prisa, tarde menos en llegar.

La noche empieza a caer, y ella no pierde un segundo, pero cuando llega al roble, casi ya no se ve nada; tiene que entrar en el bosque y eso le causa respeto, que no miedo; ella no es supersticiosa, no se cree la leyenda, pero claro, una cosa es escucharla, y otra es enfrentarse a ella.

Bueno, pues no hay más remedio, hay que armarse de valor; Miguel la espera en la casa, y con una pierna rota, no puede dejarle solo, ya se ha ausentado bastante. ¿Y si ve a los Condenados?; no quiere pensar en ello, lleva oyendo la leyenda desde que era una niña, a su madre, a su abuela, a las vecinas del pueblo. Cuentan que en lo más hondo del bosque, por las noches aparecen los espíritus errantes; forman una procesión, llevan sudarios y velas, y cruzan las arboledas bajo el peso de sus cánticos; hay quién dice haberles visto, Virginia sabe que mienten, alardean en el bar, pero nunca han visto nada; sólo hubo una persona que entró una vez en el bosque cuando había anochecido, y volvieron a encontrarle, después de mucho buscar, a los tres días estaba cerca del antiguo roble, sentado sobre la tierra, totalmente enajenado, nunca se recuperó, murmuraba incoherencias sobre aquellos Condenados, pero nadie le entendía, le llevaron a su casa, no volvió a ser el de antes.


Mejor no pensar en ello. Se está poniendo nerviosa, no le hace ningún bien. Sigue cruzando el sendero que le llevará hasta el pueblo, y la noche se ha cernido por completo sobre ella; sopla el cierzo, ya hace frío, en otoño es lo normal, pero eso no tranquiliza, así que apresura el paso. Tropieza y se cae al suelo, algunas ramas se salen de la cesta de la leña, pero ella las recoge y luego se pone en pie. Y entonces las ve a lo lejos, aunque cada vez más próximas, unas luces que se acercan, sin prisa pero sin pausa. El miedo la paraliza, Virginia quiere esconderse y no se puede mover. Son las llamas de unas velas, una procesión se acerca, y ella sabe quiénes son, pero no puede creerlo, aquello era una leyenda, no podía ser verdad.

Ocho oscuros personajes se aproximan hasta allí, una vez delante de ella, se detienen en silencio. Virginia no reacciona, no se puede ni mover, no se atreve ni a mirarles pero no puede evitarlo; unos rostros de ultratumba la observan desde unas cuencas vacías e interminables y ella quisiera gritar, pero no consigue hacerlo, ni siquiera puede hablar. El temible personaje que inicia la comitiva, levanta un brazo huesudo y una mano descarnada, y la extiende hacia delante sin decir ni una palabra, parece estar saludando y no sabe bien por qué, Virginia ofrece su mano, rozando la del espectro que la sujeta con fuerza; ella cree desmayar, y una sensación extraña le recorre por completo, y entonces horrorizada, puede oír aquella voz, que surge de aquel sudario.


“Nosotros fuimos humanos, en vida hicimos el mal, el diablo nos condenó y en estos bosques perdidos, dónde hicimos tanto daño, la maldición nos ha hecho vagar por la eternidad; tan sólo si alguien perdona el dolor que antes causamos, puede que haya salvación; hasta ahora nadie quiso acercarse hasta nosotros, tú lo has hecho y por eso, puede que haya una esperanza, puede que haya algún perdón”.

Virginia se despertó, estaba en medio del bosque, el frío de la mañana y un fuerte dolor de espalda por dormir sobre la tierra le hicieron sentirse mal; se levantó a toda prisa y echó a correr hacia el pueblo, ¡Miguel se encontraba solo!, se olvidó hasta de la leña, pero eso daba igual. Su marido respiró cuando la vio entrar en casa, estaba preocupado, y por más que preguntó, ella no quiso explicarle, tan solo le relató, que se cansó en el camino, que se sentó junto a un árbol y que allí quedó dormida.

En el condado vecino, había un cine, un restaurante e incluso una biblioteca; Virginia pasó una tarde consultando sus periódicos, había una hemeroteca, y a fuerza de mirar páginas, de investigar a conciencia, encontró lo que buscaba; aquella extraña leyenda, tenía una base sólida; hacía ya casi un siglo y les habían olvidado, pero en aquellos parajes rondaron los bandoleros, peligrosos malhechores, jinetes enmascarados que sembraron el terror, cuyas andanzas al fin acabaron en tragedia y cayeron abatidos en una trampa mortal. Y ahora se dedicaban a vagar por sus dominios, dominios que ahora más bien eran como una prisión. Se habían arrepentido y caminaban de noche a la espera del perdón.

Virginia volvió a su casa, pensando en lo sucedido; era una historia temible, que también era muy triste, y pensó que a lo mejor, regresaba allí algún día; si ella pudiera hacer algo por las almas afligidas, podría ser el descanso de la Oscura Procesión y el final de una leyenda.


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