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miércoles, 16 de febrero de 2011

LOS RELATOS DE SARA: "GUERRA EN ARAMANTIS"


Alzó la mano y lanzó la granada, agachándose después y tapándose los oídos en gesto común con sus compañeros; era más por costumbre que por otra cosa, un movimiento inconsciente al que ya estaban habituados en las prácticas; ahora lo mismo daba si lo hacían o no, la explosión no se oía mucho más que el resto de estallidos, gritos y ráfagas que había en medio de la batalla, en la cuál ellos eran sólo un pequeño punto tras una trinchera.

-Esta era la última, -dijo Stokely alzando de nuevo la cabeza para comprobar los resultados- , y esos cabrones siguen ahí, como si nada, estamos perdidos.

-No perdamos la esperanza, -respondió Rhodes-, y menos aún nos rindamos; antes la muerte que caer en las garras de esos... engendros.

-¿Quedará alguien vivo en los otros destacamentos? –volvió a preguntar Stokely con consternación.

-No lo sé... y la verdad, chica, no es lo que más me preocupa en estos momentos. –resopló Rhodes.

-Ya, ya lo imagino... pero mi hermano... –a Stokely se le quebró la voz y no pudo acabar.

-Perdona. Lo siento, tienes razón, seguro que estará... ¡joder, Doug, ¿dónde coño vas?! –se interrumpió de repente, gritando de ira y sorpresa.

-¡Hay uno ahí, joder, ahí! –gritó Doug corriendo hacia la derecha de la zanja y señalando horrorizado hacia su izquierda- ¡le he visto pasar, viene a por nosotros!

Doug era uno de esos tipos corpulentos y fanfarrones que son más fachada que otra cosa; cuando les comunicaron que irían a trincheras en grupos de tres y pusieron juntos a Stokely y a Rhodes, ambos se alegraron mucho y tambien los dos pusieron el mismo gesto de desencanto cuando se enteraron de que debían “cargar” con Doug. Uno de esos soldados que tiene mucho ardor guerrero, pero con la boca pequeña, de los que a la hora de la verdad había que sacarle las castañas del fuego porque se acobardaba y se bloqueaba. Stokely se giró inmediatamente hacia el lugar al que señalaba Doug, mientras apuntaba con su arma haciendo un esfuerzo por evitar que le temblara el pulso, Rhodes hizo lo propio tratando de mantener la vista firme y al mismo tiempo increpando a su compañero, que corría atolondradamente y sin saber hacia dónde, presa del pánico.

-¡Doug, imbécil, vuelve aquí, ¿es que quieres que te cojan?!

-¡Doug, no te vayas, no puedes abandonarnos! –gritó Stokely coreando a Rhodes.

-¡Que os jodan a los dos, yo me marcho!- fue la única respuesta de Rhodes, y tambien la última, porque cuándo no había avanzado ni diez pasos en su loca huida, se topó con dos de aquellas bestias que inexplicablemente habían llegado hasta ellos.

Ante la horrorizada mirada de Rhodes y Stokely, uno de los Crimers agarró a Doug con fuerza por el cuello y lo levantó en alto; a continuación le atravesó de parte a parte con una de sus garras; después le dejó caer al suelo y ambos alienígenas se abalanzaron sobre él para comenzar a devorarle. Doug todavía estaba vivo y giró la cabeza tratando de encontrar alguna ayuda de sus compañeros, que se habían quedado petrificados ante lo ocurrido. Intentaba gritar, pedir socorro, pero no podía, se asfixiaba en su propia sangre y pronto dejó de forcejear y quedó reducido a un cuerpo destrozado a merced de los Crimers, que le devoraban con avidez.


-¡Vámonos de aquí! –gritó Rhodes cogiendo a Stokely de la mano y tirando de ella.

-Joder... ¡joder, le han...!.

-¡Déjale, ya no podemos ayudarle, corre!!!.

Avanzaron a toda prisa entre las zanjas de la trinchera; los Crimers no tardarían en intentar darles caza, y aquellos dos que estaban dando cuenta del cadáver de su compañero estaban demasiado cerca, así que les habían encontrado; algunos de ellos invadirían las trincheras mientras los del frente les mantenían ocupados durante la contienda. Stokely maldecía el día en que pisaron aquel planeta. Un mundo en el que las minas de mercurio eran el objetivo principal y que no parecía estar habitado; lo recorrieron durante días y no encontraron ni el más mínimo indicio de vida, a excepción de algunas plantas y arbustos que a duras penas sobrevivían en aquel suelo desértico. Dos semanas después de empezar las excavaciones vino la sorpresa; los cuerpos de dos mineros aparecieron totalmente destrozados y parcialmente devorados. No tardaron en descubrir el motivo; una raza de alienígenas de intenciones en absoluto amistosas vivía bajo tierra, cerca del lugar dónde habían empezado a excavar, y en la labor habían dado con una de las guaridas de estos seres. En las minas se trabajaba durante las veinticuatro horas, y fue en medio de la oscuridad cuando los Crimers –era el nombre que se les dio para definirlos en los siete años que duraba ya la guerra- salieron de sus guaridas subterráneas y comenzaron sus ataques, ya no sólo por la necesidad de alimentarse, tambien por la rabia y el instinto asesino que albergaban estas criaturas. Con una constitución en parte similar a la de los humanos, pero mucho más altos, de alrededor de dos metros de estatura, su piel oscura y pegajosa resultaba repugnante; unas fuertes garras a la par que unos colmillos retorcidos y enormes salían de sus fauces, confiriéndoles un aspecto temible y amenazador, además de llevarte a una muerte segura si caías en su poder.

Cuando acabaron con dos terceras partes de los humanos que habían colonizado Aramantis, se inició una guerra sin fin que en caso de conocer inicialmente la existencia de estos seres, no se habría llevado a cabo; cuando los humanos llegaron a su mundo, los Crimers estaban al borde de la extinción, eran voraces, agresivos y no poseían una inteligencia muy aguda, pero sí un gran instinto de supervivencia; habían acabado con toda la vida del planeta y la llegada de los humanos les vino más que bien, porque ya no tenían con qué alimentarse y estas bestias carnívoras empezaron dando cuenta de los trabajadores de la mina, y a continuación, cuando una investigación se abrió en el intento de averiguar qué sucedía, continuaron con los escuadrones militares que se enfrentaron a ellos. Llegó un momento que cambiaron las tornas; cuando los humanos colonizaron Aramantis, el número de Crimers era verdaderamente breve, quizá unas cuantas docenas de ellos escondidos bajo tierra en comparación con varios centenares de terrícolas que se confiaron, que no valoraron la labor y el riesgo de los mineros, y que pensando que nada podía ocurrirles, se comunicaban con ellos con una frecuencia muy poco habitual; cuando quisieron intervenir, toda la comunidad que trabajaba en las profundidades de la mina había sido aniquilada por los alienígenas, que además se habían hecho fuertes, logrando sobrevivir y multiplicarse.

Stokely y Rhodes corrieron hacia el lugar en el que supuestamente estaba el Crimer que tanto había asustado a Doug, llevándole al pánico y posteriormente a la muerte. Sabían que iban a su encuentro, pero por el otro lado estaban los otros dos, devorando a su compañero, y lo más probable es que si se acercaban más, ellos fueran el postre. ¿Cuántos habría?, ¿cuántos se habrían metido en la trinchera mientras ellos tres gastaban toda la munición que tenían?. Sólo les quedaba lo que llevaban encima, para las pistolas que de tantos apuros les habían sacado en las últimas semanas. Un rugido profundo y amenazador llegó a sus oídos e inconscientemente se colocaron en posición de ataque, espalda contra espalda y mirando a cualquier rincón de la zanja en aquel desolado paraje en el que se ocultaban; los disparos, explosiones y gritos seguían resonando en el aire de aquella noche que ya duraba demasiado, y tras unos segundos que parecieron una eternidad, una sombra de desproporcionadas dimensiones surgió abalanzándose sobre ellos inopinadamente y agarrando a Rhodes del mismo modo en que hacía unos minutos los otros aliens habían cogido a Doug. Lo levantó en alto y durante un angustioso instante, Stokely recordó lo sucedido hacía pocos minutos, se quedó paralizada mientras Rhodes trataba de respirar bajo el yugo de la garra del Crimer, y antes de que su compañero corriera la misma suerte que el difunto Doug, la joven soldado reaccionó con rapidez y sacando su arma, disparó directamente sobre el hombro del alien, arrancándole un brazo y un espantoso aullido de dolor. Rhodes cayó al suelo con la zarpa aún rodeándole el cuello y se zafó de ella de un tirón, respirando con dificultad y tomando aire desesperadamente; en ese momento vio cómo aquel monstruo usaba el brazo que le quedaba para propinar un fuerte puñetazo a Stokely que la lanzó a varios metros de distancia, aterrizó sobre una roca y aquel fuerte chasquido le hizo comprender dolorosa e inmediatamente que se había destrozado algunas costillas, y tendría suerte si no era algo más. Con la vista nublada por el dolor, vio a Rhodes arrastrarse hacia ella y al Crimer siguiéndole a pasos lentos pero seguros; esos cabrones no parecían muy inteligentes, pero estaba claro que a aquel, su agudo instinto le indicaba que ya no le hacía falta esforzarse demasiado, tenía el menú asegurado, hasta parecía sonreír tras esos repugnantes colmillos.

Con un gran esfuerzo, Stokely sacó su arma de nuevo y esta vez sí le disparó a la cabeza, -¿por qué no lo había hecho antes?, la habían traicionado los nervios, debió volarle los sesos a ese bicho cabrón, y no sólo un brazo-, que reventó en mil pedazos y se esparcieron por todas partes. Después el silencio, o lo que a ellos les pareció que era un pesado y sepulcral vacío, porque las ráfagas de metralla y las voces que gritaban tras la trinchera no dejaban de sonar, pero la sensación de alivio al ver a aquella bestia decapitada a sus pies, era incomparable; era la primera vez que se enfrentaban a un Crimer cara a cara, al menos a la breve distancia y riesgo de hace unos segundos, y la experiencia era brutal.

Dicen que cuando has empezado, ya no puedes parar, y eso fue lo que ocurrió; un par de minutos después y cuando aún no habían recobrado el aliento, vieron llegar a las dos bestias que habían devorado a Doug, aún resbalaba la sangre en sus fauces y aquella visión enfureció a Rhodes, que sacó su arma y sin pensarlo dos veces, destrozó tambien de sendos disparos las cabezas de los alienígenas y Stokely hizo lo mismo con un tercero que apareció por quién sabe dónde; estaba claro que no eran tan tontos y que les habían rodeado mientras ellos, confiados una vez más, resistían en una trinchera que tan sólo era un sucio escondrijo desde el cuál ver cobardemente el espectáculo. Rhodes tendió una mano a su compañera y la ayudó a levantarse en medio del sufrimiento que sus huesos rotos le infligían.

-No podemos quedarnos aquí –le dijo- Esto no es seguro, de hecho, nunca lo ha sido, así que vámonos; ¿podrás caminar?.

-Sí. Es decir, no tengo más remedio... –empezaba a dolerle tambien el mentón, que se iba amoratando tras el puñetazo del Crimer- ... salir ahí fuera es ir hacia la muerte, pero es peor dejar que vengan ellos a cogernos aquí, ¿no crees?.

-Exacto.

-Y quiero encontrar a Ronan. Aunque esté muerto.

-Y yo quiero que lo encuentres.

-Vale, pues tenemos un problema. Los dos somos diestros.

-¿Cómo?.

-Pues que para caminar, tendrás que sujetarme con un brazo y yo apoyarme en ti; cada uno disparará con la mano que le quede libre; uno tendrá que hacerlo con la derecha y el otro con la izquierda...

No hay más que decir. Rhodes rodea la cintura de su compañera con su brazo derecho y sujeta el arma con la izquierda dispuesto a hacer uso de ella, mientras Stokely lucha con el dolor que le azota las entrañas y aprieta con fuerza la pistola en su derecha. Asoman la cabeza por encima de los montículos de tierra y los hierros retorcidos e improvisados tras los cuales se han apostado durante semanas y se miran con una mezcla extraña de rabia, miedo, confusión y dolor. Ya no queda mucho de la esperanza a la que al principio se aferraban y que les fue abandonando poco a poco a medida que pasaba el tiempo, pero es mejor no pensar ya en eso. Es mejor no pensar ya en nada. Ahora a por ellos.

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