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domingo, 20 de febrero de 2011

LOS RELATOS DE SARA "HAY ALGO AHÍ FUERA"


Se agachó, cogió la leña y se dio rápidamente la vuelta; quería volver adentro cuánto antes y avivar las llamas de la chimenea; hacía mucho frío y ni siquiera a escasos metros de la casa se sentía segura. Miró a su alrededor durante unos segundos antes de echar a andar con ligereza y desconfianza hacia la puerta. A medida que se alejaba de la leñera y se aproxima
ba al umbral, el pánico parecía ir apoderándose de ella, coronado por un creciente escalofrío. Entró apresuradamente, y tiró el manojo de troncos secos al suelo, girándose rápidamente a cerrar. Resopló con fuerza en cuanto pasó el cerrojo y apoyó la espalda contra la vieja puerta. Se quedó inmóvil durante varios segundos y una vez recobrada la calma, se inclinó de nuevo, recogió la leña y la llevó hasta la chimenea, sentándose frente a ella y echando en su interior una gran astilla de madera que pronto empezó a arder consumida por las llamas. Se acordó de cuantas veces había estado allí a lo largo de su vida, frente a aquel fuego, aunque nunca había estado sola; en los últimos veinte años había pasado innumerables fines de semana en aquella casa que pertenecía a su familia, y aunque hacía meses que no la v
isitaba, siempre le había gustado estar allí. Cuando llegó por la mañana y abrió la puerta, se la encontró poco acondicionada, pero tras quitar las viejas sábanas que cubrían los muebles y enseres, vio que no llevaría mucho adecentarla; estaba helada, si, pero era normal, una casa que lleva cierto tiempo deshabitada no podía estar de otro modo. El tío Víctor, hermano mayor de su padre, había vivido allí desde siempre, era soltero y constantemente les invitaba a visitarle; cada vez que pasaban unos días en la casa con su familia, Ruth disfrutaba inmensamente, ¿quién le hubier
a dicho que el refugio de la montaña del que tan entrañables recuerdos guardaba, terminaría siendo un lugar dónde esconderse?.

Cinco años. Cinco largos años de tortura, sufrimiento y un indescriptible horror cada vez que la puerta de casa se abría y su media naranja entraba por ella dispuesto a descargar frustraciones e insatisfacciones sobre su cuerpo cada día más maltrecho y que parecía envejecer a mucha más velocidad de lo normal. Y eran cinco años, si, ni un día más ni un día menos; Ruth no podría olvidarlo jamás porque aquella noche Luis llegó con su agrio y característico hedor a alcohol mezclado con un extraño aroma dulzón que sin duda era perfume femenino; ella le esperaba con la cena hecha y hasta había preparado algo especial, era su aniversario de boda y Ruth pensó que tal vez si le daba una sorpresa... pero allí nadie se sorprendió, ni siquiera ella, porque segundos después y como siempre solía ocurrir, se encontra
ba una vez más en el suelo recibiendo patadas en sus maltrechas costillas, le sangraba la nariz, casi había empezado ya a sangrarle antes de que el puño de Luis se estrellara contra ella, tal era la costumbre; ya no lloraba, tan sólo trataba de encajar los golpes con la mayor entereza posible, esperando que acabaran pronto o deseando perder el sentido de una vez, que fue lo que ocurrió, para despertar sola, de madrugada, en el suelo de aquella cocina y con una fuerte molestia en su parte más íntima y sensible; ni siquiera se alar
mó, no era la primera vez que aquel monstruo hacía uso de sus derechos maritales después de darle una monumental paliza. Y entonces sí lloró, lloró amargamente cuando logró ponerse en pié y lo primero que vieron sus ojos fue la fecha en el calendario de la puerta de la nevera, rodeada con un círculo trazado con rotulador rojo. Ya no puede más. Esto tiene que acabar, y acabar de una vez por todas. Un breve pero agudo dolor cruza su cuerpo de abajo a arriba provocando que tenga que agarrarse del fregadero de la cocina, que está frente a la ventana que da al patio; aún no ha amanecido, y una repentina y sobrecogedora idea invade su mente de un modo tan maligno, pero a la vez tan lógico, que todo parece tener sentido... ¿dónde está Luis?, ¿dónde se ha metido ese cabrón?.

Avanza por el pasillo lentamente, dejando un fino reguero de sangre que resbala entre sus piernas y apoyando temblorosamente su mano izquierda en la pared, mientras que el brillo de aquella afilada hoja brilla en la derecha, que empuña el mango de madera de un cuchillo de cocina. Finalmente se detiene ante el quicio de la puerta de su alcoba, esa que debería ser un remanso de paz, un refugio de amor y pasión, y hasta un lugar cómodo y caliente en el que descansar junto a la persona que amas, pero ella no ve nada de eso, Ruth sólo puede ver una habitación en penumbra en medio de la cual hay una cama en la que descansa aquella maldita bestia que se ha derrumbado exhausto sobre ella; y mientras se encamina en silencio hacia él, y con la mirada llena de odio, -esta no soy yo, Dios, ¿quién es esta mujer?- por su mente cruza la absurda y extraña idea de que ese cerdo está empapando con sus inmundicias las sábanas limpias que ha cambiado esa misma mañana. Muy bien, cabrón, no te preocupes, yo te ayudaré a ensuciarlas más. En la salud y en la enfermedad. En lo bueno y en lo malo. Hasta que la muerte nos separe.

Son las siete de la mañana y el agua resbala por el delgado y magullado cuerpo de Ruth; mira hacia arriba y con los ojos cerrados, deja que el chorro de la ducha empape su rostro y su pelo disfrutando de unos momentos de paz. Minutos después se mira al espejo tras retirar el vaho con el dorso de la mano y se seca cuidadosamente con una toalla; se pone sus viejos vaqueros y el enorme jersey de lana que sólo usaba para ocasiones especiales, como por ejemplo, para ir a la casa del tío Víctor, aunque hiciera ya casi un año que no la visitaba, justo el tiempo en que su propietario había pasado a mejor vida de un modo mucho más natural y apacible que aquel cuerpo desmembrado que ahora estaba oculto en el interior de la maleta grande, aquella que tampoco usaban porque nunca viajaban a ningún sitio. Qué ironía, su primer y último viaje con su adorado tormento. Vaya, ¿me dejas conducir a mi, amor?, ¿si?, qué encanto.

Arrastró no sin cierta dificultad la maleta hacia el garaje, -ese hijo de perra pesaba más muerto que vivo- y antes de subir al viejo Ford echó en el asiento del acompañante una bolsa de lona con lo necesario para pasar allí unos días, Además de quitarse la gruesa cazadora con el fin de conducir más cómodamente. Salir hacia la montaña, recorrer los 150 kilómetros que la separaban de la ciudad y encender el fuego para calentar la casa del difunto tío Víctor, fue algo que hizo casi sin pensar, y también con una frialdad pasmosa esperó pacientemente a que oscureciera para sacar a su maridito del maletero y lanzarlo trozo por trozo al pozo que había en el patio trasero, mientras pensaba que había sido una gran suerte que ningún vecino la viera salir de su piso, y menos ataviada para hacer un viaje al campo y con aquella enorme maleta manchada de sangre que también acabó arrojando al oscuro fondo de las aguas.

Se fue a dormir pensando que no lograría pegar ojo, -al fin y al cabo, matar era algo que no hacía todos los días-, pero cayó rendida en cuanto posó la cabeza en la almohada. Tras una larga y curiosamente apacible noche, se despertó con la boca seca y un montón de agujetas que eran clara prueba de la frenética actividad del día anterior. Se había puesto en pié y se había preparado un café; tras vestirse con un chándal viejo y confortable que era lo primero que había echado en su bolsa de viaje, intentó desayunar algo pero le fue imposible probar bocado, y con la clara intención de calmarse y pasar un día lo más tranquilo posible, pensó en qué iba a decir cuando días después volviera a la ciudad y finalmente, alguien preguntara por Luis. Se había ido con otra... no, no, eso ya estaba muy visto; tenía un viaje de trabajo... tampoco, su jefe acabaría por confirmar que no era así... ¿qué podía decir?.

La tensión aumentó a lo largo del día de modo creciente y en aquel momento en que se había sentado frente a la chimenea tratando de calmarse de una vez, intentaba relajar su mente que ya era presa de la sugestión y el horror. Has asesinado a tu marido. Si, era un maltratador, un cabrón y un indeseable. Pero le has matado, ¿te enteras?, ¡le has matado!. Se levantó dando un respingo, como si aquellas palabras hubieran resonado de verdad en el salón, en lugar de en su cabeza. Se sirvió el cuarto café caliente, -¿o era el quinto?, ya había perdido la cuenta- y se aproximó al ventanal, respirando profundamente y regalándose la vista con aquellos enormes y majestuosos abetos que eran mucho más hermosos de día que de noche, pero a falta de una televisión en la que centrar su atención, cualquier cosa era buena para alejar aquellos pensamientos destructivos; había intentado leer un libro que estaba junto a otros tantos en la estantería, pero no logró pasar de la primera página. Lo mejor era irse a dormir y tratar de descansar un poco, a ver si al día siguiente lograba pensar con mayor claridad. A punto de darse la vuelta, algo atrajo su atención desde el exterior, era de locos, pero le pareció ver una sombra deslizándose entre la maleza... no, no, era imposible, por aquellos alrededores no había nadie, el pueblo más cercano estaba a 20 kilómetros y habiendo oscurecido, ninguna persona se acercaría hasta allí de noche y con aquel frío. Debía ser algún animal del bosque, tal vez un ciervo, por el tamaño, ya que osos no había en las cercanías y ni las ardillas ni los conejos eran tan grandes. Sin creer lo que hacía, se puso la cazadora y salió al exterior con una linterna que solía llevar Luis en el coche y que se había llevado consigo dentro de la casa cuando llegó; recorrió los alrededores de la finca y alumbró cada rincón esperando encontrar... ¿encontrar qué, Ruth?; déjalo ya, el miedo te la está jugando otra vez, alentado por la mala conciencia y una imaginación desbordada. Allí no había nada, ni nadie. El viento helado la hizo estremecer; dándose la vuelta, caminó a paso rápido hacia la parte delantera de la casa y al pasar junto al pozo, se detuvo extrañada al ver el viejo cubo de madera en el suelo, en lugar de colgando de la cuerda, y había charcos a su alrededor, no recordaba haber sacado agua, y menos aún sabiendo que allí dentro, en el fondo, estaba... ... observó con más atención y enfocando con su linterna, vio que el pretil y los ladrillos externos también estaban empapados de lo que parecía un extraño barro rojizo... Dios, no era barro... era... era...

La linterna rueda monte abajo mientras Ruth corre presa del pánico y entra en la casa cerrando tras de sí... no es posible, no es posible... retrocede asustada hasta el rincón más alejado de la puerta y se sienta en el suelo hecha un ovillo mientras trata de dejar de temblar sin conseguirlo. Fuera sólo hay oscuridad, en ese bosque no hay nada más que arbustos y pequeñas bestias que pueblan aquellos parajes, y que son completamente inofensivas... tal vez alguna se acercó hasta el pozo y... ¿qué es ese ruido?, ¿qué son esos arañazos?... con el corazón a punto de saltarle del pecho, se pone en pie lentamente al escuchar que algo o alguien rasca sobre una superficie rígida, tal vez un ratón de campo que trata de llegar hasta la despensa... tal vez algún pájaro que se posó sobre la ventana... pero no, no es en la ventana... es en la puerta, algo está arañando la puerta...

... hay algo ahí fuera.

Ruth se acerca hasta el cristal y se asoma tratando de ver qué o quién puede ser, los suaves arañazos suenan sin cesar y ella desde su posición no puede ver de qué se trata, tal vez una rama que rasca la madera, pero no tiene sentido, los árboles no están tan cerca cómo para que eso ocurra, y entonces, justo entonces, se hace el silencio, un pesado silencio que parece durar horas y cuando ya cree que su imaginación y su sugestión le han jugado una mala pasada, cuando va a apartarse de la ventana y está pensando en prepararse algo caliente para no irse a la cama sin cenar, -ese día apenas ha comido-, en el lateral del cristal una mano crispada y putrefacta hace repentina aparición provocándole un horror indescriptible y haciendo que de su garganta surja un agudo grito; Ruth se echa hacia atrás, asustada y sin poder creer lo que está viendo; y la mano sigue allí, rascando el cristal con sus ennegrecidas uñas, no sabe a quién pertenece pues nada más alcanza su vista, tras el vidrio golpeado por la palma de aquella mano y que muestra una alianza que no deja lugar a dudas, ¡Luis!, ¡no, no, no puede ser, estás muerto!!!. La pútrida extremidad se mueve frenéticamente tras el grueso cristal que afortunadamente no es fácil romper, -el tío Víctor sabía cómo hacer las cosas- y Ruth retrocede llorando y gritando histérica hasta tropezar con un pliegue de la alfombra, cayendo sentada en el suelo. El miedo la tiene paralizada y no puede ni levantarse, mira con horror cómo aquella aparición parece querer acceder al interior de la casa y termina por taparse los oídos y cerrar los ojos ante la espantosa visión. Dios, está sola... sola... y no puede dejar de gritar hasta que la falta de aliento la obliga a detenerse para tomar aire y justo en ese segundo, deja de oír los arañazos, ya no hay golpes, ya nada rasca contra la ventana, y muy despacio, Ruth abre los ojos y retirando las manos de sus oídos, se atreve a apoyarlas en el suelo de madera para levantarse. Logra ponerse en pie con las lágrimas aún resbalando por su rostro y respirando aceleradamente, avanza un paso hacia la puerta; a la ventana no se quiere ni acercar, y finalmente apoya su cuerpo contra la madera envejecida tratando de pensar, de discernir, tratando de llegar a alguna conclusión lógica, ¿pero acaso hay alguna lógica en la locura?, porque es más que evidente que se está volviendo loca, los muertos no salen de sus tumbas, y menos aún de un pozo cuyo fondo alberga sus miembros cercenados. De nuevo parece reinar el silencio, un silencio que se mantiene el tiempo justo para permitir que los latidos del corazón de Ruth casi recuperen su ritmo habitual. Casi, porque cuando ya está pensando en que su negra conciencia, -¿negra conciencia?, ¡negro era tu futuro al lado de ese cabrón!-, le está pasando factura, aquellos arañazos vuelven a rascar la puerta haciéndola retroceder de un salto y transformando de nuevo su garganta en una aberrante factoría de gritos de espanto. La puerta empieza a sacudirse y unos fuertes golpes suenan al otro lado... Dios, ¡la va a romper, va a entrar...!

-¡Déjame en paz... déjame en paz, estás muerto, yo te maté!, -grita Ruth con las manos nuevamente sobre los oídos- ¡lárgate y déjame tranquila de una vez, joder!!!!.

Una risa fría y aguda empieza a sonar tras la madera de la puerta, una risa que se oye entre las fuertes sacudidas y que a Ruth le resulta familiar; es esa risa agria y cruel que siempre ha coronado las apasionadas demostraciones de amor que Luis le ha otorgado durante cinco años, esa risa sarcástica que precedía a miles de caricias de las que dejan amarga huella, una horrible risa que no parece querer dejar de sonar...

Gritando de angustia, Ruth se incorpora en la oscuridad sudando y resoplando; al principio no logra distinguir entre lo que es o no real, no sabe dónde está, y durante unos instantes sigue gritando aterrada hasta que reconoce las sábanas entre las que se encuentra. Está en su cama, lleva su viejo pijama de franela, y al mirar el despertador digital, comprueba que son la una y media de la madrugada.... Dios, qué pesadilla tan espantosa, ha sido tan real y tan horrible... se pone en pie y se calza las zapatillas; irá a la cocina a prepararse ese vaso de leche caliente que no llegó a tomarse, y tratará de conciliar el sueño de nuevo. Tiene que descansar, tiene que reponer fuerzas para poder pensar con claridad, y llegar a una determinación. Ha matado a Luis, si, pero es que si no lo llega a hacer, sería ella la que tarde o temprano estaría criando malvas, y eso sí que no. Aguarda a que hierva la leche sobre la vieja cocina de gas y tras servirla en una gruesa taza de loza, se encamina hacia el salón para tomársela frente a los rescoldos ardientes de la chimenea. Bebe lentamente y respirando hondo mientras recuerda la desagradable y estremecedora pesadilla que ha tenido, pero no quiere pensar más en ello; se pone en pié de nuevo y ya va a dirigirse hacia su cuarto cuando algo le hace detenerse repentinamente; mira a su izquierda aguzando el oído y tratando de que sus piernas y brazos reaccionen ante el gélido horror de lo que ve ante sus ojos; a pocos metros de ella está la puerta de entrada a la casa y bajo la rendija del suelo se cuela el agua oscura y sanguinolenta, formando un charco que ya empieza a empapar la alfombra, y unos suaves y crecientes arañazos empiezan a oírse tras la madera vieja...

... hay algo ahí fuera.

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