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miércoles, 27 de octubre de 2010

LOS RELATOS DE SARA "INSPIRACION"

Como le habían indicado en la agencia, recorrió con el coche los 30 kilómetros que habían saliendo de la ciudad, hasta casa de Jorge Silva; no había pérdida, incluso llevaba un plano, por si acaso, pero no lo necesitó. Siguió las indicaciones y señales y saliendo por un desvío, condujo por una pequeña carretera secundaria durante unos 5 kilómetros más. Al final, vio la casa. Era grande, de ladrillo y madera y no era nada fea; quedaba un poco lejos, pero por lo visto este fotógrafo tenía una buena posición económica, podía permitirse vivir dónde quisiera. A pesar de que sus trabajos eran muy conocidos, Silva no era muy sociable, pues aunque era siempre invitado de honor en fiestas, eventos y demás actos sociales, casi nunca asistía a ninguno de ellos. Cuando a Claudia le dijeron que entre las fotos de muchas jóvenes modelos, él la había seleccionado para su próxima sesión, no se lo podía creer; ella apenas llevaba un año trabajando en el sector, es decir, que era novata, y mira por dónde, la escoge alguien tan famoso... recordó, no sin una pequeña sonrisa de satisfacción, los celosos comentarios de dos colegas que tenían mucha más experiencia que ella y a las que este profesional había descartado en su favor... en parte las entendía, también se sacrificaban lo suyo para gustar, pero mira, la suerte le sonreía y no iba a darle la espalda.

Aparcó el coche frente a la casa y se apeó de él; mientras se dirigía a la entrada, que era una gran puerta de roble, echó un rápido vistazo a su alrededor, admirando el lugar, que era francamente una preciosidad. Llamó al timbre y segundos después, un hombre de unos 40 años le abrió, era alto, moreno, de buen ver y vestía unos vaqueros y una camisa de franela. Al verla, sonrió al instante.

-Claudia, ¿verdad? –preguntó con un simpático guiño- pasa, por favor.

-Gracias –respondió tímidamente la joven.

-No has tenido problemas para llegar aquí, ¿verdad?.

-No, que va, tengo buen sentido de la orientación y me indicaron dónde estaba la casa. Esto es muy bonito, de verdad.

-Gracias. Vivo aquí desde hace casi cinco años y es lo mejor que he hecho en mi vida; en la ciudad todo es muy estresante, lo único malo es que hago venir aquí a las modelos para trabajar, no te importa, ¿verdad?; te van a pagar muy bien, si eso te sirve de consuelo.

-No pasa nada, voy a dónde me digan, dentro de un límite, claro.



Silva rió ante el comentario y la invitó a subir al piso superior, dónde tenía una sala abuhardillada que había convertido en estudio fotográfico; Claudia le siguió, no sin algo de recelo, al fin y al cabo, no le conocía de nada, pero pronto se quitó ideas raras de la cabeza, era un gran profesional y era una estupidez pensar que buscara algo distinto a lo que ella venía a hacer... además, con lo guapo que era, seguro que le sobraban las chicas, ¿qué podía querer de ella que no fuera la tan anhelada sesión de fotos?.

La habitación era amplia, bien acondicionada y en el centro bien iluminado por lámparas y focos, había un buen equipo fotográfico como los que ella ya había visto en otros estudios de menos renombre; la diferencia es que se veía de lejos que las cámaras y flashes que tenía Silva eran de una calidad que otros fotógrafos no tenían. Medios no le faltaban, desde luego, las fotos iban a salir geniales.

-¿Un café? –preguntó Silva alargándole una taza que despedía un agradable olor.

-Si, gracias –sonrió Claudia cogiéndola con ambas manos; si, olía bien.

-Ahora te voy a dar el vestuario para las fotos, tómate el café tranquila y empezamos.

-De acuerdo –sonrió la joven.

Se sentía cómoda en aquel lugar; Jorge Silva parecía agradable, no como otros fotógrafos con los que había estado, que gritaban a la primera de cambio. Empezó a sentir un calor muy agradable en el cuerpo, el café estaba riquísimo y un delicioso sopor se apoderó de ella; sacudió la cabeza... ¡se estaba durmiendo!. Vio llegar a Jorge con un vestido de tonos oscuros y se extrañó, como ella tenía el pelo tan negro, los fotógrafos siempre le daban atuendos de tonos más claros, para dar más tono y luminosidad a las fotografías, pero en fin, él era el que mandaba... se le cerraban los ojos... ¡se estaba durmiendo! y así quiso advertírselo a Silva, sugiriéndole que empezaran cuanto antes, porque por alguna razón que no sabía explicar, no lograba mantenerse despierta... abrió la boca para decírselo al fotógrafo y después n recordó si lo había conseguido. De hecho, no recordó nada hasta que despertó.

Claudia abrió los ojos repentinamente y durante unos segundos no supo dónde estaba, ni qué hacía allí... después recordó: la casa de Jorge Silva... pero aquella no era la habitación dónde iban a hacerse las fotos, sino otra muy distinta; daba la impresión de estar en condiciones muy ruinosas, como si hubiera estado descuidada mucho tiempo. Intentó levantarse y sintió una fuerte presión en los tobillos y las muñecas. Contempló horrorizada que llevaba unos grilletes cuyas cadenas llegaban hasta la pared, se incorporó como pudo, y no pudo avanzar más que unos centímetros, sus ataduras se lo impedían; tiró de ellas, pero no insistió, era ridículo, las cadenas estaban atornilladas al muro. Se dio cuenta, entonces, de que llevaba el vestido que Silva le había mostrado antes de que perdiera el sentido; de raso negro, con desgarros aquí y allá, la falda era larga, pero los cortes que parecían hechos a conciencia, le llegaban casi hasta la cadera, las mangas eran largas y estrechas y parecían ser lo único del vestido que no estaba hecho jirones, los hombros quedaban al descubierto y sobre ellos vio caer su cabello de un modo extraño, levantó la cabeza y vio que frente a ella había, en el otro muro, un gran espejo; casi se muere del susto, su lacia melena, generalmente lisa y brillante aparecía cardada, asimétrica y con un volumen propio de una estrella del rock... y lo más impresionante era su cara, la habían maquillado como si fuera a un funeral... peor aún, como si fuera su propio funeral. Tonos blancos, negros y grises en párpados, mejillas y sientes, los labios llevaban el rojo brillante más cegador que había visto nunca... entonces cayó en la cuenta y se puso muy furiosa... ¡ese cabrón la había drogado!, y después la había maquillado, y peinado... ¡y la había desvestido, joder!, la furia se apoderó de ella, y casi al instante, el miedo... ¿a qué venía todo aquello?.

En ese mismo instante, Jorge Silva entró a la habitación alegremente, como si allí no pasara nada y la saludó con una sonrisa.

-¡Ah!, ya te has despertado, dormilona.

-¡¡¿Qué es esto?!!, ¡¿cómo te has atrevido a...?!, ¡no tiene gracia, suéltame inmediatamente!.

-Lo siento, no va a poder ser –respondió Silva tranquilamente- aún no hemos hecho las fotos y has venido a eso, ¿verdad?.

-¡He venido porque pensaba que eras un profesional, no un maníaco! –gritó Claudia, indignada.

-Y lo soy, soy un profesional, el mejor –la calma de Silva irritaba y horrorizaba a Claudia- y el tema de la sesión de fotos es el miedo. Te voy a hacer pasar mucho miedo, Claudia, de veras.

Dicho esto, dejó sobre la mesa otra taza de café, -esta para él, sin “aditivos”, claro- fun cuaderno y una pluma y una cámara digital moderna; después abrió uno de los cajones y de él sacó un cuchillo de grandes dimensiones. Claudia se puso aún más pálida de lo que el maquillaje la hacía. Jorge Silva se acercó resuelto hasta ella con el cuchillo y le acercó el filo hasta que casi la tocaba con él, ella trató de apartarse instintivamente, pero las cadenas no la dejaban moverse apenas; lloró y gritó de pánico mientras Silva la rozaba con el filo de arriba abajo. Claudia cerró los ojos, no quería mirar; pensó en su familia, pensó en sus amigos y en la gente que la rodeaba a diario, convencida de que no volvería a verlos más. Aquel psicópata sonrió cuando la vio llorar, retrocedió unos pasos y cogió la cámara, enfocó a Claudia y le hizo una foto, el flash la cegó momentáneamente, y cuando recuperaba la visión, otra foto y el consiguiente fogonazo del flash volvían a cegarla... lloraba sin parar, gritaba indignada que la soltara, y finalmente se limitaba a gritar, cada vez más fuerte, cada vez más desgarradoramente. Silva se reía a carcajadas y la atormentaba con crueles palabras que aumentaban su histeria.

-¡Muy bien, Claudia, llora, GRITA!!! –su tono de voz era agrio y estridente, se reía de ella con dureza- ¡grita cuánto quieras!, aquí nadie va a oírte, estamos muy lejos de la ciudad y esta habitación está insonorizada... pero grita, ¡desahoga tu miedo porque dentro de una hora estarás muerta!.

-¡Suéltame, joder! –gritaba la joven ya con la voz afectada por la tensión- ¡¿por qué quieres matarme?!

-¿Qué por qué?, porque si, Claudia, ¡porque eres una zorra que merece morir! –y disparaba la cámara acercándose a ella y acariciándola con el filo del cuchillo, lo que aceleraba la histeria de la modelo hasta casi la locura.

después de más de una hora de tortura, Claudia cayó al suelo de rodillas, sollozando amargamente, con el maquillaje estropeado por el llanto y la congestión y los tobillos y muñecas doloridos a causa de la presión de los grilletes. Finalmente, Silva dejó de hacerle fotos, dejó de amenazarla y depositó el cuchillo y la cámara sobre la mesa; se dirigió hacia ella y se arrodilló a su lado; la chica estaba al borde del desmayo y cuando iba a desplomarse, aquel loco la sujetó por la cintura y le apartó el pelo de la cara; a continuación, le quitó los grilletes; Claudia hubiera deseado correr, pero le habían abandonado las fuerzas, su cuerpo caía desmadejado como el de una muñeca de trapo y lentamente, Silva la ayudó a levantarse, la sentó en una silla que había junto a la mesa auxiliar y le dio un vaso de agua, que ella se bebió ansiosa, ya no sentía la garganta, de tanto gritar, entonces perdió el sentido.

Lo recuperó media hora después, tumbada en el sofá de la planta baja y llevaba una bata puesta, su rostro y su pelo aún conservaban los restos de aquella pesadilla y cerca de ella, sentado en un sillón, estaba Jorge Silva; Claudia trató de gritar de nuevo, pero apenas le salió la voz, estaba afónica. Silva se levantó y le acercó unos folios que sujetó ante su rostro, ellas los cogió y los ojeó, recelosa. Eran fotos suyas, vestida con aquellos harapos, maquillada y peinada como la víctima de un loco y encadenada a una pared de la que trataba en vano de escapar; el pánico, el miedo, el terror más espantoso, se reflejaban en su rostro y sus gestos, si ese era el objetivo, las fotos eran buenísimas, hacían justicia. Miró a un nuevamente afable y sonriente Jorge Silva y agachando la cabeza, estalló de nuevo en llanto. El fotógrafo la miró estupefacto y abrazándola susurró avergonzado: “Dios mío... de verdad has pensado que iba a matarte”.


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