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sábado, 16 de octubre de 2010

LOS RELATOS DE SARA: "REGRESO A ALBA BLANCA"

Empujó la verja con todas sus fuerzas y al final se abrió. Ya le habían dicho que probablemente estaría atascada; era de hierro macizo y estaba oxidada, y el guardabosques se había ofrecido a ir a ayudarla, pero Lucía le dijo que no, que no hacía falta, ella podía arreglárselas sola, y si no pudiera, ya le avisaría.

Abrió las dos puertas con algo de esfuerzo, porque eran muy grandes, pesadas y altas, despues volvió al coche y se sentó al volante; miró a su derecha, Emma sonreía con su eterno gesto de felicidad, allí en su sillita y con aquel gorrito de lana rosado parecía un ángel, estaba preciosa. De nuevo las lágrimas bañaron su rostro, qué injusta la vida con una bebé de apenas un año; no entendía a un Dios cuyas decisiones tambien incluian que aquella pequeña quedara sin padre. Roberto murió en aquel accidente dejándolas solas, pero con la pena llenando tan sólo su alma, eso era una suerte que tendría Emma, un bebé no sabe cómo están las cosas, y es mejor así, para qué negarlo.

Arrancó de nuevo y entró a la finca; la casa podia verse de lejos y era preciosa, frente a ella había un extenso lago en el que flotaban nenúfares y nadaban insectos de agua; no podía creerlo, aquella mansión ahora era suya, Roberto la había comprado para los tres, y durante un año se dedicó a reformarla, decorarla y prepararla para ella, y Lucía no lo supo hasta la lectura del testamento; decidió irse a vivir allí, era algo que le debía a su esposo, o así lo veía ella. Además le serviría para aislarse del mundo, no queria ver a nadie, todo el mundo la agobiaba con muy buenas intenciones, pero nadie recordaba que prefería estar sola, con su niña y sus recuerdos. La primera noche anduvo perdida, aquella gran casa estaba muy fría, y ella no sabía el funcionamiento del sistema de electricidad y la calefacción, era domingo y debía esperar al día siguiente, alguien vendría a explicarle cómo iba todo, así que puso la cuna de Emma en el gran salón, frente a la chimenea, y ella se acomodó en el sofá dispuesta a afrontar las horas venideras del mejor modo posible; cenó algo ligero y se echó en la improvisada cama cubriéndose con una manta, finalmente, se quedó dormida.

Aquel llanto la despertó. Abrió los ojos y se levantó extrañada, Emma no solía dar malas noches, era muy raro oirla llorar, pero era un bebé al fin y al cabo, así que se dirigió a la cuna, que estaba a dos metros escasos del sofá en el que ella descansaba y observó a su hija, alargó los brazos con la intención de cogerla, mecerla y consolarla, pero Emma dormía plácidamente con gesto sereno, nada parecía perturbar su sueño y Lucía miró anonadada a su niña, estaba segura de haberla oído llorar... tal vez fuera el viento, aquella noche soplaba con fuerza y en una casa tan grande cualquier sonido se magnificaba. Volvió a acostarse de nuevo al calor de las llamas de la chimenea y finalmente el sueño la envolvió hasta el alba.

Alba Blanca. Así se llamaba la casa que ella ahora habitaba. Al día siguiente se levantó, se vistió y tras dar a Emma su desayuno, recorrió la casa mientras esperaba la llegada del empleado de la compañía eléctrica. Subió escaleras, atravesó corredores y giró recodos en un interminable ir y venir por la que ahora era su propiedad... menos mal que podía permitirse contratar a alguien que le ayudara con la limpieza, porque si ella tenía que...

...se detuvo en seco y sus pensamientos frenaron tambien a la vista de aquello; al final del pasillo del último piso había una cortina de terciopelo, estaba llena de polvo y la apartó con cuidado esperando ver un gran ventanal, pero se sorprendió al observar que lo que allí había era una vieja puerta de madera, pesada y maciza; cogió el picaporte intentando abrir, pero no cedió, estaba cerrada por dentro, y se echó hacia atrás observándola con curiosidad. Despues llegó el empleado de la compañía y por el momento olvidó aquel hallazgo, un rato despues ni lo recordaba, bastante molesta ya estaba cuando el operario le dijo que aún tardaría en tener listo el suministro eléctrico, otra noche durmiendo en la sala y con la manta de abrigo; iba a oscurecer y salió fuera con la intención de ir por más leña para la chimenea, y cuando volvía cargada con ella oyó de nuevo a Emma llorar. Se apresuró con la leña y cuando entró en la casa fue hacia la cuna buscando pañales con la mirada y el llanto seguía, pero al llegar al lugar en el que su pequeña estaba la vio sonreir... no entendía nada. El llanto se acrecentó y Lucía miró a su derecha, venía de las escaleras; cogió en brazos a Emma y se dispuso a subir a la planta superior, una vez en ella vio que venía de más arriba y siguió subiendo hasta que llegó a la planta más alta, siguió el sonido del llanto hasta que llegó a la puerta, a aquella que era cubierta por una vieja cortina y Lucía comprendió, abriendo mucho los ojos, se horrorizó ante la idea que le vino a la cabeza... ¡allí dentro había un niño!. Durante largos minutos, no supo muy bien qué hacer, cargaba con Emma al brazo y no podía soltarla, ¿con qué abriría la puerta?, ¿y qué iba a hacer a esas horas?. Finalmente corrió a la planta baja y dejó a Emma en su cuna, cogiendo despues el hacha que había junto a la puerta para cortar leña. Volvió a subir a toda prisa las escaleras y se encaminó resuelta hasta la puerta de madera, propinándole un hachazo que rajó en dos la cortina, no se molestó en quitarla; durante los 10 minutos posteriores, Lucía se dedicó a destrozar con el hacha la vieja puerta tras la cual estaba segura de que habría un pequeño recién nacido al que quién sabe qué ser desalmado había encerrado allí. Finalmente y no sin esfuerzo, la puerta se hizo añicos y ella, desesperada por socorrer al pequeño, apartó a patadas los trozos que quedaban, y una vez dentro de la estancia, se llevó una extraña sorpresa; aquello era un cuarto infantil, una habitación vacía, pero allí no había nadie; estaba llena de polvo, y cientos de telarañas iban de una pared a otra, delatando que eran muchos los años en que nadie entraba allí. Había una cuna antigua, con cortinas, muy bonita pese al cúmulo de polvo tenia por encima, unos juguetes de antaño y hasta aquella mecedora, desde la que alguien velaría sus sueños, una madre, una niñera... era todo tan extraño. Raro y escalofriante. ¿Qué haría allí todo aquello?, ¿Roberto no se dio cuenta de que estaba allí aquel cuarto?.

Una ráfaga de viento cruzó la estancia y sintió como rozaba su pelo, ¿de dónde venía el aire?, allí no había ventanas; una, y estaba cerrada, y de repente aquel grito le heló la sangre en las venas; era Emma que en su cuna, lloraba con estridencia, y ahora sí que era ella, de eso estaba segura. Corrió fuera de aquel cuarto y fue hacia las escaleras, y las bajó tan deprisa que casi cae por ellas; cuando llegó al piso bajo, sintió un fuerte escalofrío, allí las temperaturas parecían ser más bajas, ¿cómo era posible aquello?; se encaminó hacia la cuna y lo que vio fue espantoso, junto a su hija un anciano, pequeño, viejo y decrépito, la miraba de manera turbadora. Lucía ni imaginaba por dónde había llegado y se dirigió hacia él con el hacha levantada.

“¡Apártate de mi hija!” –gritó rompiendo el silencio. El ser levantó la mano en clara señal de alto, no parecía inmutarse, daba impresión observarle, era feo, demacrado, con un halo de tristeza en su presencia y de repente aquel frío que la había envuelto antes, cuando se encontraba arriba, se recrudeció de nuevo, y llegó a soplar tan fuerte, que Lucía cayó al suelo. Entonces y frente a ella, una forma gris oscura se originó de la nada, y tomó forma de cara, nariz y boca, un cabello largo al viento y un gesto fiero y horrible... Lucía lloró aterrada y aquel anciano decrépito lanzó un grito desgarrado, la figura que flotaba a varios metros del suelo, se giró a mirar al viejo que intentaba claramente atraer su atención, y el gesto de sorpresa en su etéreo rostro se transformó en odio y rabia, pareció rugir de furia y se lanzó hacia la cuna, seguida del viejo enano y ante el horror de Lucía que quedó paralizada. Ambas figuras chocaron, el viejo se situó frente a aquel ente maligno e impidió que se acercara a la cunita de Emma. La sombra tomó nueva forma y pareció hacerse solida, al menos en más medida de lo que hasta ahora era, y se enzarzó en una lucha con aquel ser repugnante; a cada rato trataba de arrastrarse hasta la cuna y el anciano lo evitaba arrastrándola consigo, finalmente consiguió ir hacia la chimenea y el ser maligno gritaba, tratando de huir de él; el viejo miró a Lucía con un gesto de tristeza y mientras tanto avanzaba hacia el fuego del hogar; Lucía lo comprendió y se levantó corriendo, y empujó a aquel extraño enano y al otro ser de ultratumba, que cayeron a las llamas consumiéndose con ellas. Lucía se tiró al suelo, tratando así de evitar que la quemaran a ella y luego se apagó el fuego.

Una vez vuelta la calma, corrió a ver a su pequeña, que dormía tan tranquila sin percatarse de nada, ni del terrible peligro que acababa de correr; Lucía subió de nuevo a aquel cuarto polvoriento y lo registro a conciencia, y escondido en un cajón se encontraba aquel diario, confesiones espantosas de una mente retorcida y aquella foto cayó de entre las viejas cubiertas; en ella estaba aquel ente, que entonces era mujer, una mujer trastornada, y junto a ella el anciano, que no era sino su hijo, un niño de 12 años que era presa de una horrible enfermedad, aparentaba ser viejo y en realidad no lo era, y su madre avergonzada le encerraba en aquel cuarto, en el que parece ser que terminó con la vida de aquel trozo de sí misma, suicidándose despues.

Ahora comprendía todo. Al abrir aquella estancia, liberó a aquel ser maligno, y aquel viejo de presencia escabrosa y repugnante, era tan solo otro niño que supo qué iba a ocurrir, había salvado a su hija y Lucía confiaba en que él tambien ahora pudiera ya descansar. La historia era aterradora, dura y escalofriante, pero ahora comprendía que engañan las apariencias y que el alma de aquel niño había encontrado el modo de escapar de aquel encierro, de regresar a Alba Blanca y de apaciguar el alma de la afligida Lucía.

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